Las ojeras de aquella chica que estaba detrás de la barra me
infundieron ternura. Pedí una copa y apoyé los codos en el mármol de la barra
mientras en la sinfonola sonaba la voz de Pepe
Pinto. Sólo funcionaba cuando el cliente echaba monedas. Entonces arrancaba aquel cacharro con un chasquido seco
antes de que la aguja arañase el microsurco. Había poca luz, como de un color
morado. De los otros clientes de barra solo podía reconocer sus siluetas y las
virutas de humo que subían al techo como alma en pena. Se abrió la puerta y
apareció un tipo con zapatos blancos y negros y un traje cruzado. Llevaba una
flor en la solapa. Ahora sonaba en la sinfonola “Flor sin retoño”, de Pedro Infante. Aquella mujer me miraba
de reojo mientras secaba unos vasos. Quise decirle algo pero recordé aquel
proverbio árabe que señalaba que, si lo que vas a decir no es más bello que el
silencio, no lo digas. Supuse que sería mejor estar callado. No sabía si
aquella mujer me miraba por aburrimiento o por tratar de romper el hielo que
existía entre ambos. Pero yo era perro viejo, consciente de que es más fácil
recuperarse de un fracaso que salir indemne de un éxito. Más tarde entendí conveniente
intentar quedar con aquella mujer para otro día, aunque sólo debe encargarse
con un día de por medio la paella de Levante y el cocido madrileño. Pagué la
copa y salí a la calle. El relente de la madrugada se metía en los huesos. Pisé
un charco. Seguí pensando en la chica de la barra y decidí volver otra noche
dispuesto a invitarle a tomar un trago. Era consciente de que el huésped de una
noche nunca deshace las maletas. Mi sensación de soledad ya era casi como la de
los perros abandonados en la carretera. Lo más fácil sería que me llevase un
chasco. Me tapé con la bufanda y recordé a Sánchez
Ferlosio:
--No me quiere; tal vez no es Melibea…
--¡Claro que es Melibea! Lo que pasa es que yo no soy Calixto.
Ya en casa, me metí en la cama y me tapé mucho con la manta
en la confianza de que pocas horas más tarde sonara el despertador. Lo malo
llega –pensé- cuando el despertador no suena y uno sigue durmiendo para
siempre.
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