Lunes de carnaval. No sé si todavía existe la estatua de
sal. A nadie importa. La mujer de Lot
miró hacia atrás, y así lo señala el Génesis, por la curiosidad de ver cómo
desaparecían Sodoma y Gomorra entre el azufre y el fuego. Los restos de ambas
ciudades ahora se encuetran en el fondo del Mar Muerto. Algo parecido le
sucedió a Eurídice el día que una
serpiente venenosa le mordió y le causó la muerte. Orfeo pidió permiso a Zeus para
bajar al Hades a rescatarla. Zeus le
puso la condición de no mirar para atrás cuando saliese del inframundo. Orfeo
bajo al mundo de los muertos para rescatar a Eurídice y, cuando ya casi lo había
conseguido, miró hacia atrás por ver si le seguía su esposa. En aquel justo momento,
Eurídice desapareció para siempre entre la bruma. Aquella noche, nada más salir
del garito donde había tomado una copa y me había topado con la camarera
ojerosa, ya dejé escrito que marché a casa y me tapé con la manta en la
confianza de que sonase el despertador horas más tarde. Aquella noche, también,
comprendí que casi estaba ausente
incluso estando presente. Acurrucado en la cama se me ocurrió que yo era
lo más parecido al paciente desahuciado de un hospitalito de provincias donde
las enfermeras pasan de largo por el pasillo, en la confianza de que estire la pata sin hacer mucho ruido,
ignorantes de que luchar contra la adversidad no es resignarse. Llega un
momento en la vida de todo ser que no es necesario recibir limosnas ni pedir
préstamos. La limosna hace al mendigo y el préstamo convierte al ciudadano en
rehén del que lo presta. Explicaba ayer que lo malo llega cuando el despertador no
suena y uno sigue durmiendo para siempre. Pero no importa, mañana es martes de
carnaval y por la noche deberé acudir al
entierro de la sardina. Decía un conocido de bar que un buen currito debe
morirse en domingo, para no perder horas de trabajo. No sé, tal vez estuviese
en lo cierto.
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