Las academias en Zaragoza no deben pasar por su mejor
momento. Prueba de ello es que, según comenta un periódico local, “acusan de
competencia desleal, intrusismo y evasión de impuestos a quienes imparten
clases particulares a domicilio” y, según los cálculos de no sabemos qué
lumbrera, se mueven por tales conceptos en la Comunidad alrededor de
1.400.000 euros mensuales, cifra a todas luces
exagerada. Vamos a ver, si yo sé tocar la gaita gallega y el vecino de
arriba está interesado en aprender a interpretar muñeiras, con mucho gusto le
enseño. La muñeira, o molinera, era costumbre bailarla en los molinos para
hacer más llevadera la molienda. Y a veces se acompañaba de pandereta. Pues
bien, parece un sinsentido que el dueño
de una academia pegue la oreja en la puerta de mi casa por ver si la muñeira es
de Chantada, de Rábade o de Betanzos, o si cobro honorarios por dar clases. En
este sentido, Felicidad Segura Villalta,
vicepresidenta de de CECAP y responsable
del área de intrusismo ha declarado que “cuando encontramos algún anuncio que
puede incurrir en un caso de competencia desleal que no paga a Hacienda se lo
notificamos tanto al Ayuntamiento, para que proceda a retirarlo, como al
servicio de inspección para que tome las medidas oportunas”. A la señora Segura
habría que decirle que el intrusismo está presente en todos los gremios y
actividades; que las academias, por regla general, explotan a su antojo y pagan
muy mal a los docentes contratados; y, además, que muchos estudiantes pueden
hacer frente a la abultada matrícula, a estudiar su carrera y a poder malvivir
en una modesta habitación con derecho a cocina gracias al esfuerzo de poder dar
alguna clase particular para ayudarse. ¿Por qué esa señora no se dedica, por
ejemplo, a hacer estimaciones sobre lo que perciben determinados jueces,
fiscales y secretarios judiciales por aleccionar a opositores a judicaturas en
sus domicilios? ¿Y qué me dice de las clases extraescolares de los profesores
de jota aragonesa? Ya se sabe que
internet está lleno de espacios donde alguien se ofrece como profesor a
domicilio. También, los anuncios por palabras en la prensa de papel. A
Felicidad Segura, que más que asegurar la felicidad se dedica a jeringar al
prójimo, habría que agradecerle el gran servicio que presta al ministro Montoro. Le sugeriría que pusiera el
mismo empeño en controlar las casas de citas, que hiciese un seguimiento
exhaustivo sobre adónde va a parar el montante de los cepillos de las
parroquias, etcétera. Ser responsable del área de intrusismo de las academias
de enseñanza, como un golpe de ataúd en tierra, es algo perfectamente serio. Por todos es sabido que la crisis reduce la
demanda de autoescuelas y academias privadas en nuestro país. El 3 de
septiembre de 2012, Felicidad Segura se permitió ironizar en El Periódico de Aragón: “Con todos mis
respetos, por muy nativo que sea, un camarero nunca enseñará Gramática como un
profesor titulado”. Hombre, no sé si el camarero será consciente de que una
oración tiene autonomía sintáctica, semántica y entonativa, pero cuando el
cliente de terraza le pide un gin-tónic,
esa bebida que hace quince años sólo consumían señores mayores, periodistas y
alcohólicos, el camarero entiende a la perfección lo que el cliente desea
tomar. Y cuando el camarero se acerca a la barra bandeja en mano y grita: “una de culibrí”, con una entonación que
marca sus límites, el barman sabe qué combinación debe preparar.
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