Hace ya un rabo de años estuve en el Museo de Bebidas de Perico Chicote, en Madrid. Y allí pude ver una
botella de “Grand Marnier”, lazo
amarillo, que Alfonso de Borbón
había dejado olvidada y descorchada antes de tomar las de Villadiego. En este
país todo el mundo se deja cosas olvidadas en cada precipitada partida. Alguien
dijo que tres traslados de domicilio equivalen a un incendio. No sé. También
parece, según noveló Carlos Rojas,
que García Lorca olvidó el tazón del
desayuno en el balcón del séptimo piso de su casa, en el número 96 de la calle
de Alcalá, con vistas a la calle de Narváez. Hay reliquias que merecen ser
conservadas siempre, para posibles amantes de los fetiches. Tal es el caso de
una vecina mía, viuda de militar, que guardó el braguero de la hernia de su
difunto esposo hasta el día en el que determino, no sin gran acierto, que
aquella prótesis no le era de utilidad perentoria. Lo anunció en el ABC y no
tardó en adquirirlo un viajante de retales al por mayor y al detall que vivía
en Orense. Aquel nuevo comprador lo llevaría puesto como sostén de su hernia
hasta el día que se tumbó en la mesa de operaciones. Era un braguero original
con un bordado en hilo de oro con el emblema de La
Coral Bilbilitana y las iniciales de su primer dueño, Ricardo Iriarte Pérez sobre campo se
gules y la compañía de un león rampante. Aquellas iniciales, R.I.P, le sonaban
a esquela mortuoria y decidió cambiar la letra R por la letra V, en evitación
de que pudiera hundirse en una seria depresión. Las iniciales VIP, de Very
Important Person, equivalían en su fuero interno a una inyección de
confianza en vena. Una vez que salió vivo de la operación quirúrgica y le
dieron el alta hospitalaria decidió ir a dar gracias a la Catedral de Santiago. Ya,
de paso, se acercó hasta la estatua del maestro Mateo para golpearse y aumentar su inteligencia natural, según
piadosa costumbre, con tal mala fortuna que se hizo más daño de la cuenta con
aquel tipo de magia por contagio. Quedó medio abobado y, desde entonces, cobra un
subsidio y se limita a dar largos paseos por el parque, al tiempo que se
inspira en la confección de sonetos con estrambote para poder participar con el
necesario aseo de métrica en los juegos florales de su barrio.
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