No es necesario que me recordéis a todas horas que el camino
vale más que la posada. Imaginad una capa circense donde un liliputiense
domador controla con su látigo a unos tigres que parecen gatos y que, al final,
los gatos terminan por comerse al domador; o a una dama distinguida repartiendo
ropa de abrigo entre los pobres y que a todas esas prendas les faltasen un
trozo de tela en la espalda, y que ésta lo justificase diciendo a los necesitados
que con esos retales hace trajes para los niños de la Inclusa; o a un señor que
celebra todos sus aniversarios sacando en una copa de cristal agua del charco
donde se refleja la luna; o a un indeseable patrono pidiendo comisión a los obreros a cambio de un sueldo de
mierda; o a Estrellita Castro (que
en paz descanse) penetrando en una destartalada pensión frente al Hotel Colón,
de Sevilla, e intentando corresponder al
portero de noche con la sonrisa de una estrella que usa “Lux”; o a un escritor intentando meter el folio en blanco por la
parte trasera de un tricornio acharolado de guardiacivil; o la basílica de El
Pilar pintada de fucsia; o a la policía local montando a lomos de caballos de
cartón-piedra durante la procesión de Viernes Santo; o a Rodrigo
Rato con un farol de barquillos gritando “¡rico parisién!” en la playa de
Zarauz; o a un cura transformando su confesionario en un mueble-bar; o a Mariano Rajoy haciendo de figurante en
el culebrón vespertino “Amar es para
siempre”… Es necesario ver una ráfaga de claridad en un atardecer morado,
mi niña, antes de que la sordidez nos coma por los pies, que es el sitio por
donde se pillan los catarros.
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