La aporofobia es el odio hacia los pobres. Esto viene a
cuento con unas declaraciones de Esperanza
Aguirre, presidenta del PP madrileño y aspirante a la Alcaldía de la capital de
España. Ha dicho que pretende impedir que los indigentes duerman en la calle en
el centro de la capital porque “ahuyentan a los turistas”. Pues no sé qué
decir. Los pobres deberían estar prohibidos por ley. Si un ciudadano pierde el
empleo y más tarde es desalojado de su vivienda al no poder hacer frente a la
hipoteca, lo que tiene que hacer es seguir la flecha hasta el puente de Segovia
y hacer turno para tirarse al vacío. No es una novedad. Durante los años 90 del
pasado siglo se tiraron entre 4 y 6 ciudadanos por mes, aunque la prensa no lo
reflejara. Lo que pasa es que unas mamparas impiden ahora que el pobre pueda
suicidarse. Para el indigente que no lo sepa, le diré que está en el cruce de
la calle Segovia con el río Manzanares. La idea de hacer ese puente (que no
viaducto, como suele llamarse) fue la de unir el Palacio Real con San Francisco
el Grande salvando un incómodo barranco. Se cuenta que lo inauguró Calderón de la Barca, ya fiambre, en
mayo de de 1681, cuando lo cruzó sin estar terminado por la comitiva que
trasladaba sus restos mortales desde San Francisco el Grande hasta la Sacramental de San
Nicolás. En su libro “Madrid” señala Ramón
Gómez de la Serna:
“Yo amo la Puente Segoviana,
que me recuerda todos los pretiles sobre el abismo que hay en los lugares
clásicos y castizos de España, y me parece como una avanzada de nuestro
excursionismo, la trinchera exaltada y elevada al cubo, al cubo con que lo
cubica todo un albañil”. Yo diría que son los turistas los que ahuyentan a los
pobres de solemnidad tirándoles fotos y echándoles unos céntimos al platillo
como si esos desgraciados fuesen la
Fontana de Trevi. La medida que propone Esperanza Aguirre es
una forma de buscar la “solución final” a un sainete tragicómico que ya dura
demasiado tiempo. Ana Botella decía
que la zona de Chueca olía mal por pulpa de los desarrapados. Y ahora, esta
señora, que para mí tiene cara de oler mal, se permite el lujo de proponer la
tralla de arreo para que los turistas sólo puedan ver a tipos tomando café con
leche en la Plaza Mayor
y a figurantes al estilo de Luis Candelas
en las tabernas de la Cava
Baja. A la pobreza hay que esconderla por el bien de la marca España y de las falsas prédicas de
los trileros que nos gobiernan con el señuelo de los aceptables datos
macroeconómicos. Esta señora, Aguirre, me parece de la peor calaña. Hoy me
entero de que María Dolores de Cospedal,
otra que tal baila, pretende
arreglar las plazas de toros de los pueblos de Castilla-La Mancha. Una
región que, junto a Andalucía,
Extremadura, Canarias, Ceuta y Melilla, es de las más deprimidas de España.
Cospedal se debe creer que, porque algunos trenes de alta velocidad paren un
minuto en Ciudad Real, ya se ha alcanzado la modernidad en el territorio por
ella gobernado. Eso mismo pensarán los vecinos de Brazatortas, pueblo que en su
día fue propiedad de la Orden de Calatrava, donde no
para el tren pero lo sienten. También me
entero (Eldiario.es) de que “los
obispos españoles rompen públicamente con las políticas del PP y piden perdón
por primera vez”. Y lo dicen ahora, cuando los ciudadanos están haciendo la
obligada Declaración sobre la
Renta. ¡Anda ya!
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