Estos días se está buscando de nuevo lo que queda de
Federico
García Lorca, del maestro de escuela
Dióscoro
Galindo y de los banderilleros
Francisco
Galadí y
Joaquín Arcollas en el
Barranco de Viznar. Es el tercer intento que se hace en Alfacar. Todavía no
aparecen los esperados restos. Esto ya se está convirtiendo en algo parecido a
la búsqueda de un galeón hundido. O aunque esté mal decirlo, al tesoro de la
Noche Triste, es decir, a
aquella noche de finales de 1520, cuando los aztecas de la ciudad de
Tenochtitlan, hartos de
Hernán Cortés
y de los conquistadores españoles, decidieron esconder sus tesoros en la parte
seca de los alrededores de la ciudad, y que todavía no ha sido encontrado; o el
cargamento perdido de la embarcación
Nuestra
Señora de Atocha que naufragó el 6 de septiembre de 1622 en los Cayos de la Florida. Los restos de García
Lorca, del maestro y de los banderilleros asesinados aquel malhadado 17 de agosto
de 1936 de ninguna de las maneras son un pecio (
res nullius) ni forman parte de los restos de un barco hundido que
interese localizar. La propiedad de un buque prescribe cuando desaparecen sus
legítimos propietarios, o cuando se ejerce el derecho de abandono. Los crímenes
de guerra, en cambio, no deberían prescribir jamás. El poeta García Lorca sigue
vivo entre nosotros gracias a lo que sabemos de su biografía y de su obra
escrita. Asombrosamente, sus familiares son los primeros que no desean que se
busquen sus restos. Desconozco la razón. De aparecer los cadáveres de esos
cuatro fusilados (en el barranco de Viznar fueron pasados por las armas más de
dos mil personas) no sería difícil reconocer los restos de Federico,
independientemente de los datos que pudiesen aportar su análisis de ADN. Su
cráneo estaba algo desproporcionado con su cuerpo, y en el momento de su
asesinato llevaba puesto un cinturón con una hebilla muy grande que él había
traído de Argentina, donde había llegado en el barco
Conte Grande el 13 de octubre de 1933 acompañado del escenógrafo
Manuel Fontanals, como reflejó el
diario
La
Nación. En el puerto le esperaban,
además de muchos periodistas,
Gregorio
Martínez Sierra,
Lola Membrives
y su marido, empresario teatral, sus tíos
Francisco
y
María, así como la que había sido
su niñera, desconozco su nombre, que residía en Buenos Aires desde hacía tres
años. En
Clarín escribió
Pablo Suero el 17 de julio de 2009: “Al
desembarcar un grupo de gente humilde lo abraza. Son paisanos suyos. Entre
ellos hay una mujer que llora: “¡Federico! ¡Federico!”. Esa mujer fue la niñera
de Federico allá en Granada. “Lo ha visto nacer y hace unos años que está
aquí”, nos explica Fontanals. Y es este beso humilde el que acoge al poeta en
el puerto de Buenos Aires”.
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