A propósito del burkini, Jorge M. Reverte escribía el pasado 16 de agosto en El País: “Todos recordamos los
bañadores, con faldita, que llevaban nuestras madres, y algunas hermanas
mayores, hace cuarenta o cincuenta años. Si alguna mujer volviera a ponerse
algo así, lo más que pasaría es que se formarían corrillos de gente para
reírse, pero nadie exigiría que la mujer fuera detenida y obligada a enseñar
sus carnes al público en general”. Yo, siendo niño, recuerdo haber visto en la Playa de la Magdalena, en Santander,
muchachas con aquel tipo de vestimenta. No era obligatoria, sino una cuestión
personal de un mal entendido pudor. De hecho, a mi abuela le gustaba que
fuéramos a esa playa por cuestiones de decencia moral y buenas costumbres.
Aquellas razones, en cualquier caso, eran comprensibles en una señora de
comunión diaria que veía algo pecaminoso, no sé qué, hasta en las mallas de las
trapecistas del Circo Americano. En
mi fuero interno, pasados los años, he entendido otra razón de no menor peso
para que nos llevase a aquella playa. La barca de “Los diez hermanos” se tomaba en el muelle cercano a los Jardines
de Pereda, (próximo a la calle Alfonso XIII, donde vivíamos) y el trayecto
concluía en La
Magdalena. Los trolebuses que iban hasta El Sardinero solían
ir abarrotados de viajeros, lo que producía cierta incomodidad. De cualquier
manera, el nacionalcatolicismo, que idiotizó a la sociedad española, lo
impregnaba todo y ya se encargaban los clérigos en los púlpitos de que la moral
no se “resquebrajase” con la llegada de los primeros turistas, que por aquel
tiempo de soflamas eucarísticas podían contarse con los dedos de una mano. Con
el tiempo he entendido, también, que en el pecado va la penitencia, que siempre
es un acto de mortificación. La iglesia tuvo un poder omnímodo sobre el comportamiento
de los españoles, como no podía ser de otra manera en un país donde Franco era caudillo “por la gracia de
Dios” y triunfador de la “Santa Cruzada de Liberación”. Como he leído en algún
sitio,
“en la España
mala y finalmente derrotada había una amalgama de leninistas, trotskistas,
anarquistas, masones, ateos, judíos y, en general, gente de similar catadura, a
los que derrotó otra amalgama compuesta por carlistas, beatillos, monárquicos
borbónicos, militares africanistas y falangistas”. Por encima de todo estaban
los “valores familiares” y el rezo del rosario en familia promovido por Patrick Peyton y su eslogan: “La
familia que reza unida, permanece unida”. Y ahora, en plena democracia, a algunos
meapilas les molesta que determinadas mujeres musulmanas usen el burkini en las
playas de nuestro litoral. Como señala
Jorge M. Reverte en ese mismo artículo, “si lo hacen por propia
voluntad, nada que objetar. Y si las
obligan, tenemos que encontrar la manera de ayudarlas de veras
a tomar una opción libre”.
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