Volvemos a medir la densidad del plebeyismo. Cuenta el
diario ABC que el Teatro Real “se
rindió” ante la consorte del Rey en su cuadragésimo cuarto cumpleaños. Y allí
se encontraban tres ministros en funciones, David Bisbal, la viuda de
Kardam de Bulgaria, Ana Botella
y uno de sus hijos, gente del mundo de las finanzas, el director de la RAE y un rabo de tipos de
diversa ralea. Todos de gorra, como debe de ser en un país donde sólo se
“retrata” en taquilla el tonto del paseo, ese ciudadano anónimo que recibe
todas las bofetadas y que no quiso perderse “ir por atún y ver al duque”, y que
tuvo que hacerse cargo del marrón, del marrón chocolate, es decir, sufrir colas
inacabables y añadir al abultado precio de la entrada el 21 por ciento de IVA.
Sarna con gusto no pica. Dudo que a la consorte del rey le gustase el suicidio
de Otelo y el asesinato de Desdémona al final de una ópera de
Verdi donde el eje central son los celos. A mi entender, la presencia real en
el Teatro sólo fue un test para
calibrar el grado de aceptación que tienen los ciudadanos con respecto a la Monarquía en tiempos de
tribulación. A Letizia Ortiz lo que
le gusta es ir de copas por Malasaña, por La Bicicleta Café de la Plaza de San Ildefonso, o El Rincón (léase Diez Minutos,
núm 3327). Y le alabo el gusto. Vale más un gin-tonic
en Malasaña a que te interpreten “cumpleaños
feliz” en el intermedio de una ópera, sobre la que doy por supuesto que en
el entorno de la Familia Real sólo le gusta a
Sofía de Grecia, una reina consorte
que siempre supo estar en su sitio.
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