Todo parece indicar que la falta de entendimiento entre los
líderes de los principales partidos conduce directamente a los terceros
comicios el próximo mes de diciembre. Rajoy
confía en el hundimiento del PSOE y el alza del PP, Sánchez sueña con el hundimiento de Podemos y el trasvase de votos
al PSOE y Rivera augura que subiendo el PP, bajando el PSOE y Ciudadanos, la
subida del PP y la bajada de su partido serán compensadas y, finalmente, el PP
volverá a gobernar no se sabe si con amplia mayoría. Esto se ha convertido en
una comedia de enredo donde los ciudadanos, sentados en el patio de butacas,
observamos atónitos el desarrollo de este teatro
del nō. El nō es único por su lentitud, su gracia
austera y por el uso distintivo de máscaras, y representa un rasgo específico
de la cultura japonesa, que consiste en encontrar la belleza en la sutileza y
formalidad. En el caso español, el nō es no, o sea, ¿qué parte del nō
no ha entendido, señor Rajoy? Los del Japón son dramas breves (entre
treinta minutos y dos horas): una jornada de nō está formada por cinco partes, de categorías diferentes. Así,
por ejemplo, el Cuento de los Heike
es cantado por monjes ciegos que se acompañan de la biwa, una especie de laúd
con cuatro cuerdas y cinco trastes, donde
narran las luchas épicas entre dos clanes: Miramoto y Taira. El
caso español es distinto, claro, aquí las luchas épicas son entre los dos
partidos mayoritarios que han estado en poder de la cuerda de trenzado desde el
comienzo de la Transición
y tras la saga/fuga de Adolfo Suárez
y aquella UCD descompuesta en la que Leopoldo
Calvo Sotelo hizo unas elecciones para perderlas por goleada felipista un
28 de octubre. Para los que tengan mala memoria les recordaré que también en
las elecciones de 1979 votaron a UCD siete millones de ciudadanos, algo menos
de los que los que votaron al PP el 26 de junio pasado. Pero aquel conglomerado
de partidos reunidos bajo las siglas de UCD cayeron en la trampa de una ley, la
ley D’Hont, elaborada al principio de
la Transición
por Landelino Lavilla, Juan Antonio Ortega y Óscar Alzaga. Y allí comenzó la
bipolarización, se encendió la lumbre de la olla de una merienda de negros y
desapareció para siempre el centro político. Y comenzaron también los posters, lo mítines vendiendo humo… Y Boabdil el Chico, es decir, Calvo
Sotelo, se evaporó como el agua de un charco en la famosa noche de vino y
rosas. Y Robespierre, es decir, Alfonso Guerra, fue cuando dijo aquello
de “A España no la va a conocer ni la
madre que la parió”.Y en esas estamos. Aquí, por estos andurriales, en el Cuento de los Heike, que se ha
transformado en El cuento de la buena pipa, sólo faltan los
monjes ciegos tocando la biwa, un laúd con cuatro cuerdas y cinco trastes…,
etcétera.
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