Cuando necesito viajar sin salir de casa acudo a los viejos
libros que ya casi me sé de memoria de tanto repasarlos. Cuenta Gregorio Marañón en su prólogo a Nuevo viaje de España, de Víctor de la Serna, que “si no fuera
por la Cueva de
Montesinos, la Mancha
no sería un país inmortal, sino una estepa como cualquier otra”. (…) “Hay
varias Españas y no una sola: la
España hidalga, la
España negra, la del sol, la de la pandereta. Todas son
verdaderas”. Pues bien, en ese viaje de
los foramontanos al que hace referencia De la Serna existe un recorrido,
el que partiendo de Santander baja por Luzmela hasta Reinosa y continúa por
Frómista, Palencia y Valladolid, hasta llegar a Toro. Pero en la Ciudad de doña Elvira no se detiene. Aquel
“vergel”, como le llamara Lope de Vega,
ya había abandonado por aquellos años 50 del siglo XX el cultivo del vino para
dedicarse a otros más intensivos como la remolacha o el maíz. Pero los vinos,
sin embargo, de los que dejó constancia el Arcipreste
de Hita, que protegieron los reyes con Cartas y los demandaban los
monasterios norteños de la
Península para el consumo, siguen siendo hoy fuente de
ingresos, como bien señala Miguel
Hernández Caballero en su libro Toro,
ciudad de realengo. De la identificación de Toro con su vino queda
constancia en la Crónica
de Alfonso XI:
“En Toro cumplió su fin / e derramó la su gente. / Aquesto dixo Merlin,
/ el profeta de Oriente. / Dixo: el león de Espanna/ de sangre fará camino. /
Matará el lobo de la montanna / dentro de la fuente del viño. / El león de
Espanna / fue el buen rey ciertamente. / El lobo de la montanna / fue don Johan
el su pariente. / E el rey cuando era ninno / mató a don Johan el Tuerto; /
Toro es la fuente del vino / a donde don Johan fue muerto”.
Pues bien, De la
Serna prefiere acercarse hasta Florencia, a unos 16 kilómetros de
Toro, una explotación agrícola de 700 hectáreas perteneciente a una fundación en
la que se forman capataces en régimen de internado. Y en la cocina se
encontraba Flora, que, como cuenta
De la Serna,
inventó un gazpacho. Y así lo describe:
Para cuatro personas: pélense y píquense un pepino bien maduro
terciado, un pimiento verde tierno y carnoso del tamaño de una naranja, tres
tomates gordos apunto de madurez. Aparte, póngase a remojar durante una hora,
en una mezcla de agua y vinagre (no muy fuerte) por mitades, una barra de buen
pan. Cuézase una remolacha bien roja, gorda y sana. Unido todo, por el orden
expuesto, bátase en una licuadora, añadiendo dos o tres cucharadas de aceite de
oliva virgen y una pizca, como de un cuarto, de diente de ajo. Añádase agua en
una sopera hasta darle una consistencia de puré ligero, y sírvase con un cubito
de hielo en cada taza.
En su prólogo,
Marañón dice, y dice bien, que el primer viajero español, de España, es Antonio Ponz Piquer, que firma en 1772
con el pseudónimo de Pedro Antonio de la Puente su primera
edición:
VIAGE/ DE ESPAÑA, / O CARTAS, /
EN QUE SE DA NOTICIA/ De las cosas más apreciables. / Y DIGNAS DE SABERSE/ QUE
HAY EN ELLA, / SU AUTOR / DON PEDRO ANTONIO DE LA PUENTE. / MADRID,
MDCCLXXII. / Por DON JOACHIN IBARRA…
El libro de Víctor de la Serna (Prensa
Española, Madrid, 1959) lleva un epílogo de su hijo, Alfonso de la Serna. Entiende que su padre fue un zahorí:
“Su pluma era como un breve tirso de avellano e iba tocando con ella
veneros incógnitos, como con una vara mosaica”.
Como decía al principio, estoy convencido de que se puede
viajar sin salir da casa. Y terminaré como había empezado: con la Mancha, con una crónica que
Víctor de la Serna
escribió para ABC:
“Te digo, compañero, que el agua que no se ve y se presiente duele como
un mal amor…”.
En suma, hay que saber viajar a nuestra particular cueva de
Montesinos, donde don Quijote se
quedó dormido por espacio de una hora y que a él le parecieron tres días. Allí
se encontraba el sepulcro con el cuerpo de Durandarte.
Las páginas de los libros arrastran oro en forma de letras como las aguas del
Sil lo lleva en forma de pepitas. No es necesario poner el pie en el pescante
del vagón de tren y esperar a que silbe. La lectura viajera no necesita
cabalgadura.
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