Ha muerto José Luis
Barcelona, borjano de nación y presentador de múltiples programas desde las
emisoras Miramar. Con José Luis Barcelona muere toda una época de la
televisión, la de Jesús Álvarez, David Cubedo,
Matías Prat, Federico Gallo… La tele que se veía en los teleblubes de los pueblos cada atardecida, en esa hora mágica de Reina por un día, junto al extorero Mario Cabré. Los teleclubes sirvieron para que los españoles de los pueblos viesen en
el telediario los milagros de un franquismo
que se antojaba imperecedero y pluscuamperfecto. Franco había ganado una guerra por eliminación de lo que no se
acomodaba a sus hechuras, y aquel
pretérito pluscuamperfecto expresaba una acción acabada y anterior con
relación a otra pasada, o sea, el pasado perfecto. José Luis Barcelona llevaba
de locutor en televisión desde 1959, el año del desarrollismo, cuando aparecieron los tecnócratas y aquel Plan de Estabilización que intentaba que
España entrase en los mercados internacionales mediante la convertibilidad de
la peseta, liberalizaciones de precios, etcétera. Aparecieron los polos de
desarrollo, comenzó el éxodo del campo a las ciudades y brotaron los
asentamientos humanos irregulares conformando barrios enteros a base de
construir pisitos de protección oficial, que era una forma suave de fabricar
chabolas en vertical, en lugares donde no había infrastructuras, colegios o
ambulatorios. El “milagro” consistía en bajos salarios, pago de horas extras
sin figurar en nómina, importación de tecnología e inversión de capitales
extranjeros. Y comenzó la vorágine de la compra a plazos, la motorización y el baby boom. Eran los tiempos de López Bravo, López de Letona y López Rodó,
todos ellos miembros supernumerarios del Opus Dei. Y cada día que pasaba, como
en el cuento de Augusto Monterroso,
el dinosaurio seguía allí, en El Pardo, y agarrado al brazo de santa Teresa como una niña a su
peluche. Se ha muerto José Luis Barcelona, y bien que lo siento, como un día se
murió Elena Francis, la señora que
nunca existió. Se ha muerto silente, como mueren las ilusiones, que es como hay
que morirse.
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