Tomo el título de una obra de Pirandello. En cuestiones de higiene doméstica, acabo de leer algo
que no sabía. Por ejemplo, que la toalla de baño hay que lavarla cada tres
usos, que los bastoncillos dentro del oído pueden producir trastornos serios,
que orinar sentados mejora la salud sexual de los hombres y orinar de pie es
recomendable para las mujeres, que es mejor defecar de cuclillas en la letrina
que sentado en la taza, etcétera. Son cosas que no se estudian en las escuelas
de primaria y que, a mi entender, ni las saben ni los maestros ni están en los
planes de estudio. Hacemos las cosas por rutina, como las hemos hecho siempre.
A ver quién es el guapo que conoce que un tal Seth Wheeler patentó en 1871 el rollo de papel higiénico perforado.
Son cosas que no se cuentan en ninguna academia, ni tan siquiera en el libro El hombre fino, traducido del francés al
castellano por Mariano de Rementería y
Fica en 1837. En las escuelas tampoco se enseña cómo hacer el nudo de
corbata ni se informa convenientemente de que sus extremos nunca deben quedar
por debajo de la hebilla del pantalón, o cómo se debe utilizar la pala de
pescado, o cómo distinguir un tenedor de pescado o de mesa, o que los cubiertos
de empiezan a utilizar de fuera hacia adentro. En la mesa del pobre no se
utilizan cubiertos de pescado. Es más, no siempre se puede comer pescado. Pero
existen nuevos ricos que tampoco saben cómo utilizarlos ni hacerse el nudo de
la corbata. Y allí donde van hacen el ridículo más espantoso. Los buenos
modales se adquieren desde la cuna. Pasa como con los libros. Suele ser mejor
lector aquel que desde la infancia ha visto muchos libros en casa y a sus
padres dedicar tiempo a la lectura. Sin embargo, sobre la buena educación
escribía Ángeles Caso en La
Vanguardia en 2012: “La gente más grosera que conozco
forma parte de ese grupo social de la élite al que se le suponen las mejores formas. Son esos
que saben manejar perfectamente todos los cubiertos, los que conocen de memoria
todas las normas de cortesía y se portan como auténticos caballeros o damas entre sus iguales, pero muestran un desdén absoluto
hacia quienes consideran inferiores.
El comprador de tienda de lujo que no da los buenos días al dependiente, la
rica empresaria que se permite tratar de tú a un camarero obligado a tratarla a
ella de usted o el tipo aquel de tan buena
familia al que vi con mis propios ojos quedarse dormido como un tronco
en un velatorio que le resultaba ajeno”. No es oro todo lo que reluce.
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