Por estas fechas, cuando ya se ha agotado el turrón, que
produce tantas calorías, y todavía no hemos llegado al tiempo de las torrijas,
que es por Semana Santa, los españoles soñamos con la batamanta y todos los
artilugios que intentan vendernos desde “La tienda en casa”. Cuenta Manuel Bohórquez en El Correo de Andalucía que “se le coge
cariño a las cosas térmicas. Pijamas térmicos, camisetas térmicas, sábanas
térmicas, nórdicos térmicos, calcetines térmicos, termo eléctrico y termo de
café”. Y hace referencia, seguidamente, al caso de Joaquín el de la Paula, “el gran
cantaor gitano de Alcalá de Guadaíra, que estaba siempre tiritando de frío,
sobre todo desde que vino de la
Guerra de Cuba. Este hombre iba con pelliza hasta en agosto,
como si Alcalá fuera Aranda del Duero, y solía decir que el calor era la vida y
el frío, la muerte”. Cierto. Los españoles somos gente del sur, del sur de
Europa quiero decir, y cualquier racha flojilla de ventolín puede llevarnos a
hacer uso del tosidrín y de los
supositorios de pulmonilo. Eso
del frío queda bien para las películas, pero al español lo que le da marcha es
el velador, la cervecita fresca bebida a morro, el parloteo a grito pelado y
dar por saco a altas horas de la noche para no dejar dormir a nadie. Cuando el
compañero de oficina dice que “viene un frío que te cagas”, nos entra el mismo
estupor que cuando escuchamos los crímenes de El Arropiero, o sea, de Manuel
Delgado Villegas, que de niño ayudaba a su padre en la venta de arrope, esa
especie de aguamiel o mostillo que tanto gusta de Despeñaperros para abajo.
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