Ayer escribía sobre el fallo del jurado del cartel ganador
de las fiestas pilaristas, “A la j, jota”, donde una pierna femenina
asomaba de entre el vuelo de un vestido. Me acordé de que en 2002 Santiago
Lorén Berdusán con su cartel “Virgen
viva” representaba sobre un fondo blanco una mano abierta, que simbolizaba
la corona de la Virgen saliendo de un
cachirulo. Ni me gustó el cartel ganador de entonces ni me ha gustado el de
ahora. El brazo y la pantorrilla de ambos carteles pilaristas son dos exvotos
plasmados en sendas estampas devotas, en este caso en dos carteles lúdicos que
forman parte del mito que nos retrotrae al milagro de Calanda y al caso del
infortunado Pellicer, sin la ayuda
de cirujanos, barberos y boticarios; o al caso del milagro de la batalla de la Montaña Blanca
(1620); o a lo acontecido en la batalla de Lutzen (1632), en la que muere Gustavo Adolfo tras varios
disparos de bala y caer finalmente del caballo ya dentro de las filas enemigas,
aunque la leyenda franciscana afirme que fue asaeteado con flechas lanzadas por
una imagen de la Inmaculada
portada por sor María de Ágreda.
Me gustaría saber qué vio en el cartel de Santiago Lorén la entonces concejala
de Cultura Verónica Lope, o que ha
visto en el cartel de Javier Martín
Martín el edil Fernando Rivarés,
para hacerles ganadores de los concursos
en 2002 y en 2017, respectivamente. Hay mucho misterio devocional en torno a la
columna de jaspe.
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