Los sevillanos acaban de salir de la Semana
Santa bullanguera y de una Feria de
Abril de vino y rosas y ya están inmersos en las caravanas del Rocío, donde se implora el maná para
seguir viviendo del cuento. Decía Gregorio
Marañón, ese “trapero del tiempo”, a propósito de los españoles durante el
reinado de Felipe IV, que “el
creerse protegidos por Dios [en el caso andaluz protegidos de la Virgen] corroe y destruye
la tensión para el esfuerzo. El resultado es la pereza. Hoy podemos decir, con
absoluta certeza, que aquellas rogativas que se hacían para que llegasen con
bien los galeones con el oro de América, y aquellas alegrías con que se
festejaba su arribo a los muelles del Guadalquivir, eran como golpes de azada
que abrían la fosa en que nuestras mejores energías se iban enterrado. El galeón funesto mató a Don Quijote. De sus vientres de madera
salían, con el río de oro corruptor y enervante, la semilla del fatuo, del
perezoso y de pícaro. De esta calaña de gentes se sembró el país. Entre soldados,
frailes nobles, servidores de los nobles, pordioseros y ociosos de profesión se
ocupaba más de la mitad del censo en España”. Poco ha cambiado el Sur desde el
siglo XVII. Hoy el maná ya no llega a la Torre del Oro en los galeones de América sino por
un turismo extranjero que da trabajo a miles de camareros y empleados de
hoteles. Y también se critica a esos “advenedizos” (que sólo vienen para hacer
fotografías, tomar sangría y montarse en coches de caballos) desde las columnas de opinión de la prensa. Que si molestan los
veladores en las aceras, que la Plaza de Santa Cruz huele a
fritanga, que no se guardan las debidas composturas durante las procesiones,
que los turistas las ven pasar sentados en sillas de los chinos, que causan molestia
los negocios franquiciados en La Campana... La cosa es hablar por no callar.
Desean vivir de los turistas pero que no se note mucho su presencia. Pretenden hacer bueno el
viejo dicho “dinero acá, indiano allá” sin
gastar energías. Y así no se hacen las cosas.
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