A Luis María Anson
se le va la pinza. Su obsesión por la figura de Juan de Borbón raya lo patológico. Hoy, en su “canela fina” de El Mundo
vuelve a pretender hacer comulgar al lector con ruedas de molino. En su
artículo La abdicación, 40 años después,
Anson recuerda cuando “Juan III
abdicaba en su hijo Juan Carlos I
los deberes y derechos a la
Corona que había defendido de forma ejemplar y dignísima
frente a la dictadura de Franco,
durante cuatro décadas”.Y seguidamente, Anson escribe: “A la muerte del
‘caudillo de España por la gracia de Dios’, el 20 de noviembre de 1975, Don
Juan fue presionado hasta la náusea por muy diversos personajes para que
abdicara. Se negó en rotundo”. Y yo me pregunto: ¿De qué tenía que abdicar? Los
deberes y derechos de la Corona
que había ostentado su padre, Alfonso
XIII, los perdió la noche del 14 de abril de 1931 cuando éste huyó de
España, como describe Alejandro Torrús
en el diario Público (14/04/2013):
“primero se dirigió a Cartagena en su coche deportivo de lujo y allí embarcó en
el buque 'Príncipe Alfonso' con
destino a Marsella. Nunca más volvería en vida. Sus restos fueron traslados a
España en 1980 siendo recibidos por su único hijo vivo: don Juan, el que nunca
fue rey. Los ministros del gobierno del almirante Aznar estaban reunidos en Palacio desde las 12 del mediodía. La
decisión de ‘empaquetar’ rey hacia
Marsella fue tomada el día antes, el lunes 13 de abril. El gobierno había
explicado a Alfonso XIII que en caso de querer batallar con las armas el
resultado de las elecciones municipales del 11 de abril no podría contar con
gran parte del Ejército y de la Guardia Civil. Solo el ministro de Fomento, Juan de la Cierva Peñafiel (el que según Azorín "se apoya en un abominable bastón de cerezo, comprado en la Dalia Azul de Murcia"),
defendía que el monarca debía permanecer en España. El rey, aseguraba, no
quería que se derramara sangre por él. Años más tarde, cuando la Guerra Civil y en una
situación óptima para la victoria, Alfonso XIII olvidó el pacifismo, el amor a
su pueblo y apoyó fervientemente al general Franco”. ¿O es que nadie se acuerda
ya de cuando Juan de Borbón pretendió unirse a los rebeldes en la columna de
Somosierra? Según José
María Zavala, la entrada a España para unirse al bando franquista se
produjo por el paso de Dantxarinea (Baztán), acompañado por el conde de Ruiseñada y el infante José Eugenio de Baviera. Al llegar a Pamplona, Juan de Borbón con el
nombre falso de Juan López se puso
su ‘traje de luces’, o sea, un mono
azul y la boina roja carlista con un emblema falangista en la solapa. Hasta que
recibió un recado de Emilio Mola
para que se marchase por dónde había venido. Pero eso no fue todo: el 7 de
diciembre de 1937 Juan de Borbón mandó un mensaje a Franco para que se le
permitiese incorporarse de marinero en el crucero
Baleares. Digo más, el 9 de abril de
1939 y a toro pasado Alfonso de Borbón Battenberg envió
desde Roma un telegrama a Franco para ponerse a su disposición. Decía literal: “A sus órdenes, como siempre, para cooperar
en lo que de mí dependa a esta difícil tarea, seguro de que triunfará y de que
llevará a España hasta el final por el camino de la gloria y de la grandeza que
todos anhelamos”. A Luis María Anson, acólito turiferario, no sé si con
alba y cíngulo, habría que pedirle rigor en el manejo de turíbulo en la
incensación, es decir, de atrás para adelante, a favor de los Borbones (que no constituyen el
sacramento de mi fe), por evitar que el humo ciegue sus ojos y los del portador
de la naveta.
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