Javier Lambán,
sin mejor cosa que hacer en beneficio de Aragón, sigue los pasos de Marcelino Iglesias y ha conseguido que
el Boletín Oficial de Aragón publique
los estatutos de la futura Academia
Aragonesa de la Lengua,
ideada para velar por el correcto uso del aragonés y el catalán, que lo hablan
cuatro gatos en la Franja
y otros cuatro o cinco liliputienses mentales en la Alta Ribagorza en su modalidad
de patués. Javier Lambán, que apostó por la socialista Susana Díaz para la Secretaría
General del PSOE y aparecía en todas las fotos de portada en
los medios junto a esa señora pícnica que pareciese que hablara con letra
bastardilla (pese a que sólo consiguió apoyos en Andalucía, una de las regiones
más deprimidas de España), nos va a señalar de ahora en adelante a los
aragoneses cómo debemos expresarnos, si en catalán, patués, estadillano o vaya
usted a saber de qué manera, ya que en cada valle pirenáico ese patués tiene matices
diferentes. En ese sentido, leo hoy en El Mundo que “según los estatutos,
los miembros de la Academia
serán personas de reconocido prestigio en el ámbito de la filología, la
literatura y la lingüística, preferentemente doctores, y nativos hablantes, que
cuenten con una larga trayectoria en la práctica y el fomento de los valores
lingüísticos y literarios propios de la comunidad aragonesa, y en la que estén
representadas las lenguas y modalidades lingüísticas propias. Los cargos serán
vitalicios y ninguno de sus miembros tendrá sueldo asignado, aunque sí recibirán
las correspondientes dietas por reunirse al menos dos veces al año”. Y hoy,
que he regresado de mis cortas vacaciones en Collado-Villalba, donde desde mis
ventanas he podido contemplar la
Sierra de Guadarrama en todo su esplendor; y también la cruz
de Cuelgamuros a tiro de pistola, me ha venido a la cabeza aquello que decía Franco: “Dado lo vitalicio de mi Magistratura...”. A Lambán, licenciado en la Facultad de Filosofía y
Letras por la Universidad de Barcelona, me gustaría decirle sólo
una cosa: tonterías, las justas. Muchos ciudadanos estamos hartos de que en
Aragón primen los fastos sobre la eficacia. Como sucede de igual modo en
Andalucía, donde gobierna en el Palacio de San Telmo la Dulcinea de sus desvelos.
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