La Tarasca (del francés Tarasque) era una máquina montada sobre ruedas y guiada por varios
hombres ocultos en su interior, que en algunos lugares adoptaba la forma de una
serpiente con siete cabezas y, en otros, la de un dragón marino que, a veces,
arrojaba fuego por la boca. En Tarascon (Provenza) se describe como una especie
de dragón con seis cortas patas parecidas a las de un oso, un torso similar al
de un buey con un caparazón de tortuga a su espalda y una escamosa cola que terminaba
en el aguijón de un escorpión. Su cabeza era como la de un león con orejas de
caballo y una desagradable expresión. Se saca en procesión en distintas partes
de España el día del Córpus Cristi y representa los temibles poderes del Diablo. Cuenta la leyenda que Tarasca, que
vivía en Galatia pero frecuentaba el río Ródano entre Aviñón y Arlés, fue
devorada por Leviatán, otro monstruo
marino de la mitología hebrea mezcla de serpiente marina y ballena, descrito en
el Libro de Isaías, y del que se da
cuenta en el Antiguo Testamento.
Ignoro si existen “leviatanes” de mar
y “leviatanes” de río, pero el caso
es que la Tarasca
tenía atemorizados a los pueblos de Francia hasta que fue domeñada por santa Marta, que tiene tren pero no
tiene tranvía, si no fuera por las olas, caramba... Hay criaturas legendarias
que no mueren nunca. El diccionario, en una de sus acepciones, define a la Tarasca como “mujer
temible o denigrada por su agresividad, fealdad, desaseo o excesiva
desvergüenza”. Curiosamente, en el pregón de fiestas de León de 2006, el poeta Antonio Colinas, bañezano de nación, dio
la bendición a la alta y espigada Tarasca a las puertas de la Catedral, como señalaba LaNuevaCrónica.com “escoltado por un
elenco de caricaturescos alborotadores e indesables”. Supongo que más tarde se
irían de marcha por el Barrio Húmedo.Eso sí es cultura.
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