lunes, 19 de noviembre de 2018
Como un indio en su reserva
En “La noche que
llegué al Café Gijón”, Umbral
describe de modo inefable aquel Madrid de principios de los 60, cuando los
españoles daban por hecho que lo malo ya había pasado y que el Desarrollismo de los “Lópeces” nos encaminaba hacia un mundo
feliz. La gente del mundo rural abandonaba los pueblos para anidar en chabolas
en vertical en las periferias de las ciudades y trabajar en polígonos
industriales. Era como ir a Alemania sin salir de España pero con salarios más
famélicos. Dice Umbral: “Los viejos republicanos estaban en sus cafés como los
pieles rojas en sus reservas. Quizá el franquismo les había tolerado
tácitamente esta tregua en el continuum ominoso de la ciudad. Una cosa era leer
los periódicos, ver las fotos audaces de las famosas realizaciones del Régimen,
y otra cosa, nueva para mí, entrar en contacto con la carne viva y doliente de
los que habían salvado la vida, pero vivían como en el último círculo del
infierno de Dante, hundidos en la
espiral de un sistema absoluto y pertinaz, añorando el mediodía de la libertad
de España entre tazas de café, copas de anís y retazos de discursos
republicanos”. Han pasado muchos años desde entonces. Más de cincuenta. Aquellos
viejos republicanos ya no están entre nosotros y sus hijos se mueven en otro
plano. Dice Pedro García Cuartango
hoy, en una columna de ABC, que “el azar ha jugado un importante papel en la historia. El
ejemplo más obvio es la derrota de Napoleón
en Waterloo, a la que contribuyó que el ejército de Grouchy se perdiera en una jornada de mal tiempo. Pero también el
ascenso de Hitler al poder fue
posible por una serie de circunstancias que se podían haber producido de otra
forma”. Y Almudena Grandes,
en El País, al hacer referencia a la
conmemoración del cuadragésimo aniversario de la Constitución prevista para dentro
de dos semanas, resucita los peligros de “la autocomplacencia
radicalmente acrítica que domina ya discursos y comentarios de una estrategia
que dio buenos resultados en los primeros tiempos de la Transición, pero que en
estos momentos, con tantos y tan peliagudos debates abiertos, puede acabar
resultando más dañina que beneficiosa para la vigencia del propio texto
constitucional”. Parece que el dilema está en dar en el quid de dónde poder
ubicar al Rey emérito durante los fastos del próximo 6 de
diciembre sin que el anterior monarca se sienta como un indio en su reserva, o como
un viejo republicano en su café, o sea.
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