jueves, 1 de noviembre de 2018

El arte de la superposición



Es costumbre en España visitar los cementerios coincidiendo con la fiesta religiosa de Todos los Santos, pese a que el Día de los Fieles Difuntos es mañana, día dos. Recuerdo a una mujer de edad avanzada que todos los años acudía coincidiendo con esa festividad religiosa al cementerio del pueblo, depositaba unas flores moradas sobre una sepultura de mármol y permanecía allí casi inmóvil hasta que oscurecía.  Daba igual que hiciera frío que calor, o que lloviese. Era entonces cuando regresaba a su casa con el ramo en la mano. Lo guardaba hasta el año siguiente. Era de plástico. Parece ser que  Gregorio IV escogió este día porque coincidía con una de las festividades de los pueblos germanos y durante aquellos años, el objetivo de la Iglesia Católica era ir eliminando todas las celebraciones paganas por el arte de la superposición.  La Iglesia Católica siempre ha seguido el método de la superposición para conseguir sus objetivos de permanencia.  Se observa, por ejemplo, con las hogueras de san Juan, de tradición celta, e incluso  con la Navidad, asentada sobre las tradiciones de Yule, de origen vikingo, que celebraban el solsticio de invierno; y, también, en los innumerables templos católicos  cimentados sobre anteriores mezquitas o templos paganos, o con añadidos a obras  ya existentes. Y pasado el tiempo, amparándose en los artículos 206 y 304 de la Ley y el Reglamento Hipotecario,  se permitió que los obispos  (usurpando la facultad de los notarios) emitiesen certificados de dominio calladamente, ya fuesen iglesias, catedrales, ermitas, viñedos, olivares, etcétera. Privilegio que se agrandó en 1998 (durante el Gobierno de Aznar) al suprimir el artículo 5 de ese reglamento, que impedía la misma práctica sobre edificios de culto. Vergonzoso. Pero el cinismo de la Conferencia Episcopal llega más lejos: “No es la Iglesia quien se está enriqueciendo con las aportaciones del Estado, sino que es el Estado el que se está ahorrando dinero con las aportaciones de la Iglesia". ¡Chupa del frasco! Por eso el Estado arregla los templos  para que, más tarde, la Iglesia cobre la entrada por visitarlos.  También en las tradiciones hay un orden de prioridades. Un caso curioso es el de México, donde era costumbre ancestral guardar los cráneos de los difuntos. Allí, según la tradición, los muertos van llegando cada doce horas entre el 28 de octubre y el 2 de noviembre, siempre en orden: primero los que fallecieron por causas trágicas; después los ahogados; y los dos últimos días de octubre comienzan a llegar las almas de los que se encuentran en el limbo, es decir, los niños no bautizados. Y los días 1 y 2 de noviembre,  llegan primero los niños muertos y más tarde los adultos. Y la protagonista de esos días es La Catrina (calavera garbancera) que se vende en tiendas de souvenirs. Diego Rivera la inmortalizó en 1947 en su famoso mural  Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”. La Catrina es la feminización de El Catrín que, como recordaba ayer Juan Luis Cano en El País, fue a finales del siglo XIX (en tiempos de Porfirio Díaz)  “un personaje larguirucho, vestido de forma elegante con pantalón a rayas, con bombín y bastón, que era como se engalanaban los hombres de clase social alta a quienes gustaba presumir y exhibirse, mientras paseaban por las calles del centro histórico de la Ciudad de México”. A noviembre se le representa bajo la forma de un personaje vestido de hoja seca con una mano apoyada sobre Sagitario y la otra sosteniendo el cuerno de la abundancia, de donde salen raíces, no sé si los brotes verdes de Elena Salgado. Aquí lo dejo. Que ustedes lo pasen bien.

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