Tengo
unas ganas tremendas de que termine noviembre. Es un mes desesperante. Creo que
ya se habrá marchado el Chino que se llevó la llave de Madrid en cajita de
plata, como los judíos sefardíes cuando se llevaron la llave de su casa de
Toledo y todavía conservan. ¡Hay que ver cómo le adularon para que
comprase jamones y uvas de Vinalopó! Noviembre, como digo, es el mes donde de un tiempo a esta parte comienza la
Navidad, esas fiestas en las que cunden más
los fastos que la eficacia. El alcalde de Zaragoza, en su discurso sobre
el Debate del Estado de la Ciudad, manifestó que su pretensión era que Zaragoza
se convirtiese en una ciudad de “bajas emisiones”; y, tal y como señalaba ayer Heraldo de Aragón, Pedro Santisteve
“, de Zaragoza en Común, “anunciaba restricciones de tráfico para vehículos
contaminantes a partir de 2027”. Lo que
desconoce Santisteve es que dentro de 9 años de él no quedara ni rastro de su
paso por la Alcaldía. Para que el recuerdo de un alcalde persista en la memoria
ciudadana es necesario que el titular lo
haya hecho bien, o que lo haya hecho mal, que las dos cosas sirven, según aquel
principio de Julio Cerón: “El que vale poco y se cree que vale mucho, no vale”.
Lo normal es lo segundo, que no valga. Verbigracia: a González Triviño se le recordará durante mucho tiempo por sus
famosos adefesios urbanos; a su antecesor, Ramón
Sainz de Baranda, por haber sido el primer alcalde democrático tras cuatro décadas
de dictadura. A Juan Alberto Belloch,
por haber logrado la primera línea de un
nuevo concepto de tranvía; a Atarés,
por haber sustituido en la Alcaldía a Luisa
Fernanda Rudi cuando ésta fue nombrada presidenta de la Cámara Baja; y a Rudi por haber pasado sin pena ni
gloria, como un cardo en un páramo. Los anteriores alcaldes: Merino, Horno, Alierta, Gómez Laguna, Sánchez Ventura, Caballero,
Rivas, Perellada y López de Gera, (nombrados de abajo a arriba y por orden de
aparición) pertenecieron al partido único, o sea, al Movimiento Nacional, y todos ellos
fueron elegidos según antojo del gobernador civil de turno, que a su vez era
jefe provincial del Movimiento. Antes de los citados alcaldes hubo otro, Federico Martínez Andrés, propietario
de la imprenta “La académica”, al que
en 1933 le suspendió el gobernador civil (José
María Díaz) de sus funciones por su “pasividad y apatía”, aunque fue
elegido nuevamente alcalde en febrero de 1936, hasta su detención por los
golpistas el 19 de julio de ese año. Aprovecho para señalar que José María Díaz
y Díaz-Villamil murió el 25 de septiembre de 1936 en Taramundi (Asturias), “como
consecuencia de la hemorragia que le produjo un disparo” administrado por los
rebeldes que se movían en automóviles
requisados pegando tiros de mosquetón dentro de la inmovilidad de aquel paradójico
Movimiento inamovible, y que siempre mostraba su cara más atroz asesinando a
ciudadanos en las cunetas por el hecho de pensar de forma diferente.
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