Tengo
por norma elogiar aquellos espacios donde lo he pasado bien, he comido bien o
me he sentido a gusto. Ayer, sin ir más lejos, volví a comer un bocadillo de
calamares en un Gambrinus de la
zaragozana calle de Sagasta. Estuve dudando entre un platillo de ensaladilla
rusa digno de alabanza o ese simple tentempié que tantas cosas me recuerda. Me
decidí por lo segundo. Y volví a recordar aquellos bocadillos de calamares que
de muchacho comía en El Tubo cuando, excepcionalmente, en el triste internado
me dejaban salir fuera de sus muros de sepulcros blanqueados vendiendo un Cielo
extravagante, olor a lejía y alcanfor, pitanzas infames y sabañones por el
frío. Pasan los años, pero hay cosas que no se olvidan nunca y se reavivan
cuando menos lo esperamos. Algo parecido me sucede con las gildas, esas banderillas simples donde en un palillo hay ensartadas
una aceituna, una anchoa y una guindilla; o con Casa Pascualillo; o con las gambas de Belanche, cuando la barra de
Belanche era atendida por un hombre con bata añil, tenía mostrador de mármol y olía a
vinagrillos; o con aquellas vitrinas-escaparate de Casa Teófilo o de Casa Colás,
con langostas vivas saludando al peatón que caminaba por los recovecos próximos
a El Plata, el café cantante con tres
funciones diarias. Tuvo tres etapas: abrió sus puertas en 1920, con casino y
restaurante. En 1934 se transformó en un baile-taxi con el nombre de La Conga. En 1943 lo adquirió la familia
Trallero y nació El Plata, el café-cantante donde se
lucieron en el escenario Mary de Lis, Mayra o Marga Castillo. (Existe un trabajo pictórico de Pepe Cerdá que refleja aquella época
irrepetible). Luis Correas escribió
que “buscar la pulga con un peine era uno de los bailes más conocidos de
aquellas cabareteras que sembraron erotismo en un país donde no se vendían
condones hasta que la cerillera Serafina,
que tenía su puesto a las puertas de El
Plata, los distribuía de extranjis”. El
Plata cerró sus puertas en 1992 y volvió a reabrir en 2008, de la mano de Joaquima Laguna, reformado y con el
impulso inestimable de Bigas Luna. Faltan
sólo dos años para que cumpla un siglo. Hago votos para que se celebre la efeméride
con una descarga de júbilo más fuerte que el estallido de una bomba de palenque,
cuando anuncia el comienzo de las fiestas patronales en esa aldea donde nunca
pasa nada.
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