jueves, 22 de noviembre de 2018

Vuelve la burra al trigo



Tengo por norma elogiar aquellos espacios donde lo he pasado bien, he comido bien o me he sentido a gusto. Ayer, sin ir más lejos, volví a comer un bocadillo de calamares en un Gambrinus de la zaragozana calle de Sagasta. Estuve dudando entre un platillo de ensaladilla rusa digno de alabanza o ese simple tentempié que tantas cosas me recuerda. Me decidí por lo segundo. Y volví a recordar aquellos bocadillos de calamares que de muchacho comía en El Tubo cuando, excepcionalmente, en el triste internado me dejaban salir fuera de sus muros de sepulcros blanqueados vendiendo un Cielo extravagante, olor a lejía y alcanfor, pitanzas infames y sabañones por el frío. Pasan los años, pero hay cosas que no se olvidan nunca y se reavivan cuando menos lo esperamos. Algo parecido me sucede con las gildas, esas banderillas simples donde en un palillo hay ensartadas una aceituna, una anchoa y una guindilla; o con Casa Pascualillo; o con las gambas de Belanche,  cuando la barra de Belanche  era atendida por un hombre con bata añil, tenía mostrador de mármol y olía a vinagrillos; o con aquellas vitrinas-escaparate de Casa Teófilo o de Casa Colás, con langostas vivas saludando al peatón que caminaba por los recovecos próximos a El Plata, el café cantante con tres funciones diarias. Tuvo tres etapas: abrió sus puertas en 1920, con casino y restaurante. En 1934 se transformó en un baile-taxi con el nombre de La Conga. En 1943 lo adquirió la familia Trallero y nació El Plata, el café-cantante donde se lucieron en el escenario  Mary de Lis, Mayra o Marga Castillo.  (Existe un trabajo pictórico de Pepe Cerdá que refleja aquella época irrepetible). Luis Correas escribió que “buscar la pulga con un peine era uno de los bailes más conocidos de aquellas cabareteras que sembraron erotismo en un país donde no se vendían condones hasta que la cerillera Serafina, que tenía su puesto a las puertas de El Plata, los distribuía de extranjis”. El Plata cerró sus puertas en 1992 y volvió a reabrir en 2008, de la mano de Joaquima Laguna, reformado y con el impulso inestimable de Bigas Luna. Faltan sólo dos años para que cumpla un siglo. Hago votos para que se celebre la efeméride con una descarga de júbilo más fuerte que el estallido de una bomba de palenque, cuando anuncia el comienzo de las fiestas patronales en esa aldea donde nunca pasa nada.

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