miércoles, 21 de noviembre de 2018

No se escupe, nene


A mi entender, está acertado Jorge Bustos cuando comenta en El Mundo (a las pocas horas de haberse producido un rifirrafe de taberna en el Congreso de los Diputados) lo siguiente: "Era cuestión de tiempo que el menos sanchista de los ministros, Josep Borrell, recuperara algo de su orgullo herido por la sumisión a un tipo como Pedro Sánchez, cuya catadura personal solo difiere de la de Rufián por la ficción que crea el desahogo de sus asesores. Solo Borrell en este gabinete de violinistas del Titanic conserva la elocuencia y el arrojo para poner en su sitio a Gaby, el bubónico payaso del serrín y del estiércol. Aunque en su sitio, que es la calle, lo puso Ana Pastor en una de las mejores decisiones de su carrera, si bien le sobró el lacrimógeno discursito posterior de reivindicación propia -"¡Me han llamado institutriz!"- cuando a quien queríamos oír es a Borrell, no a Pastor. La bancada entera de Ciudadanos se levantó en bloque para aplaudir al ministro de Exteriores, pero la víspera Tardà había llamado fascista siete veces a Albert Rivera y los socialistas entonces se rieron por lo bajo". Personalmente, el Hemiciclo está que echa chispas, como echaba chispas en los ya lejanos años 30, cuando Pasionaria amenazó con la muerte a Calvo Sotelo. Y al final se cumplió el vaticinio y el cuerpo de Calvo Sotelo apareció en la entrada del Cementerio de la Almudena (entonces se decía Cementerio del Este) con un tiro en la nuca. Mientras la cosa no pase de supuestos escupitajos... A los españoles nos ha mirado el tuerto. No nos merecemos los representantes que tenemos en las dos Cámaras. Y eso sucede por tener que conformarnos con votar listas cerradas en los comicios. En una España deprimida, llena de caciques y de analfabetos era fácil cambiar el voto por favores; y los favores sólo podían hacerlo los que tenían poder; como quiera que el poder lo daba el voto, el círculo se cerraba perfectamente viciado. Con Romero Robledo cada voto valía un duro. Con Natalio Rivas, con perniles de Trevélez se compraban voluntades. Pero en esta oligarquía de partidos, todo es distinto. Si pones primero de la lista al doctor Franz de Copenhague, sale; aunque el segundo de la lista lo ocupe un ciudadano de esclarecidas dotes políticas. Y así pasa lo que pasa. Pronto, si Dios no lo remedia, habrá que poner cartelitos en la Cámara Baja que señalen: "Prohibido escupir a los ministros, llamar institutriz a la presidenta del Congreso y hablar de política", como en las tascas de las aldeas durante el franquismo, donde estaba prohibido, además de hablar de política, blasfemar, cantar y escupir en el suelo.




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