La
campaña de Casado en Andalucía huele
a rancio. Casado pretende que las competencias de Educación reviertan al Estado
cuando Rajoy lo rechazó de lleno; exige a Sánchez que reclame Gibraltar para España y, también,
que a la inmigración ilegal se la ponga en la frontera, es decir, que los migrantes
que llegan a nuestras playas huyendo del horror de sus lugares de origen se
marchen por donde han venido. Que yo recuerde, las competencias sobre Educación
ya las contempló la II República; lo de la devolución de Gibraltar fue una
reivindicación constante de Falange Española; y
la xenofobia me recuerda los discursos en Alcubierre y los vítores de “¡caudillo
Blas Piñar!”. El Partido Popular no goza de buena salud y
quiere morir matándonos, pero de risa. Es lo más parecido a un lapicero bicolor
al que le sacan punta por ambos lados: Ciudadanos por un extremo y Vox por el
otro. El resultado es que lo están dejando cada día que pasa más menguado y
menos manejable. El mensaje patriótico sobre Gibraltar podría haber tenido una
solución, de haber estado ahora Cospedal
al mando de Defensa, a la manera que se “reconquistó” la isla de Perejil en la mañana del 17 de
julio de 2002. ¿Recuerdan? Ana Palacio,
entonces ministra de Exteriores, no logró convencer a Rabat para que los
soldados marroquíes depusieran las armas, retiraran su bandera del islote y se
retomase el status quo. El Gobierno de Aznar creyó entonces que no había más remedio que una intervención militar para
resolver un conflicto que no existía. Los soldados se pintaron la cara de
guerra y revisaron sus equipos para entrar en feroz batalla. En Perejil, desde
los avistamientos aéreos, daba la sensación de que había muchos militares. Más
tarde se confirmó que se trataba de cabras. “Al alba y con fuerte viento de
levante…”. En fin, no me quiero reír, que se me despeina el bigote. Decía el
argentino Adolfo Bioy Casares que la
vida es una partida de ajedrez y nunca sabe uno a ciencia cierta cuándo está
ganando o perdiendo.
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