martes, 13 de noviembre de 2018

Persuasión



En la “Cuarta parte del Anecdotario Histórico Contemporáneo” (Editora Nacional, Madrid, 1949) Natalio Rivas cuenta algo por él leído en “Anales de Sevilla de 1800 a 1850” y que hacía referencia a algo ocurrido en los primeros meses de 1818, cuando la Sala de Alcaldes del Crimen de Sevilla condenó a muerte a dos feroces criminales, uno de nombre Andrés Martín Baquero y el otro conocido por su alias como Polo. Según pudo leer Rivas en aquellos Anales, ambos condenados fueron puestos en capillas separadas el 8 de abril. Y allí permanecieron durante tres días. Los asesinos mostraron resignación ante su suerte y durante esos tres días oyeron misa, comulgaron y atendieron las recomendaciones espirituales que les proporcionaban sus confesores. Llegó el día 11 y debían ser ejecutados. Cuenta Rivas: “Después de oír la última misa, durante la cual ambos delincuentes estuvieron arrodillados dando prueba de que estaban purificados por la contrición, el Polo se levantó de pronto y, apoderándose del cáliz, que aún contenía el vino consagrado, dijo que él se acogía al asilo de la Divina Sangre y que por ello debía ser indultado. (…) Nadie le podía convencer de que lo que estaba realizando era un sacrilegio. Él insistía en que no entregaría el cáliz mientras los jueces no supieran que se había acogido a lo que él entendía ser asilo quien le librara de la pena”. Y a la hora señalada para la ejecución, Andrés Martín Baquero moría en la horca. Mientras, Polo seguía en sus trece. Nadie de los presentes se atrevía a quitarle el cáliz de entre sus manos por temor a que en tal rifirrafe pudiera derramase el vino consagrado. Sigue contando Rivas: “Pasaba el tiempo, y transcurridas que fueron dos horas de ser ahorcado Martín, la multitud que llenaba la plaza de San Francisco, donde estaba situada la Audiencia, prorrumpía en gritos desaforados pidiendo una solución ante caso tan excepcional y extraordinario”. Hasta que, en un momento dado,” llegó hasta la Audiencia el arzobispo de Caracas, [Narciso Coll y Prats], que estaba de tránsito en Sevilla, hospedado en el convento de  dominicos de San Pablo, alarmado y dispuesto a intervenir”. Entró en la capilla y convenció a Polo de que debía cesar en su postura. Polo, se arrodilló ante él, le entregó el cáliz, se confesó y marchó al patíbulo sumiso sin ningún tipo de resistencia. Lo que no sabemos, Rivas no lo cuenta, es la manera o las palabras con las que el arzobispo de Caracas persuadió a Polo para que fuese mansamente al patíbulo.

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