Persuasión
En la “Cuarta parte
del Anecdotario Histórico Contemporáneo” (Editora Nacional, Madrid, 1949) Natalio Rivas cuenta algo por él leído
en “Anales de Sevilla de 1800 a 1850” y
que hacía referencia a algo ocurrido en los primeros meses de 1818, cuando la
Sala de Alcaldes del Crimen de Sevilla condenó a muerte a dos feroces
criminales, uno de nombre Andrés Martín
Baquero y el otro conocido por su alias como Polo. Según pudo leer Rivas en aquellos Anales, ambos condenados
fueron puestos en capillas separadas el 8 de abril. Y allí permanecieron
durante tres días. Los asesinos mostraron resignación ante su suerte y durante
esos tres días oyeron misa, comulgaron y atendieron las recomendaciones
espirituales que les proporcionaban sus confesores. Llegó el día 11 y debían
ser ejecutados. Cuenta Rivas: “Después de oír la última misa, durante la cual
ambos delincuentes estuvieron arrodillados dando prueba de que estaban
purificados por la contrición, el Polo se levantó de pronto y, apoderándose del
cáliz, que aún contenía el vino consagrado, dijo que él se acogía al asilo de
la Divina Sangre y que por ello debía ser indultado. (…) Nadie le podía
convencer de que lo que estaba realizando era un sacrilegio. Él insistía en que
no entregaría el cáliz mientras los jueces no supieran que se había acogido a
lo que él entendía ser asilo quien le librara de la pena”. Y a la hora señalada
para la ejecución, Andrés Martín Baquero moría en la horca. Mientras, Polo seguía
en sus trece. Nadie de los presentes se atrevía a quitarle el cáliz de entre
sus manos por temor a que en tal rifirrafe pudiera derramase el vino
consagrado. Sigue contando Rivas: “Pasaba el tiempo, y transcurridas que fueron
dos horas de ser ahorcado Martín, la multitud que llenaba la plaza de San
Francisco, donde estaba situada la Audiencia, prorrumpía en gritos desaforados
pidiendo una solución ante caso tan excepcional y extraordinario”. Hasta que,
en un momento dado,” llegó hasta la Audiencia el arzobispo de Caracas, [Narciso Coll y Prats], que estaba
de tránsito en Sevilla, hospedado en el convento de dominicos de San Pablo, alarmado y dispuesto
a intervenir”. Entró en la capilla y convenció a Polo de que debía cesar en su
postura. Polo, se arrodilló ante él, le entregó el cáliz, se confesó y marchó
al patíbulo sumiso sin ningún tipo de resistencia. Lo que no sabemos, Rivas no
lo cuenta, es la manera o las palabras con las que el arzobispo de Caracas
persuadió a Polo para que fuese mansamente al patíbulo.
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