viernes, 7 de junio de 2019

Ahora se entiende



En mi último chat, publicado hoy a las 2.28 p.m., titulado “Suprema desinformación”, hacía referencia al auto de la Sala Tercera del Tribunal Supremo referente a no permitir, al menos de momento, que pueda exhumarse la momia de Franco en el paraje de Cuelgamuros el próximo 10 de junio, es decir, dentro de tres días. Esa desinformación del alto Tribunal había causado cierto estupor entre la ciudadanía, que no lo entendía un despiste de tal calibre que hubiese costado un suspenso a cualquier alumno de primer curso de Bachillerato. Un despiste que el historiador Ian Gibson ha encontrado “bochornoso” y “aberrante”. Pues bien, hoy también me he enterado de que la Secretaría General Técnica del  Ministerio de Defensa del Gobierno de Mariano Rajoy publicó en 2018 un trabajo (“Los símbolos del Estado”) donde se consideraba oficial la bandera de los rebeldes (con el águila de san Juan) desde el 29 de agosto de 1936; la Marcha de Granaderos (Marcha Real) desde el 27 de febrero de 1937; donde se denomina “alzamiento del 18 de julio” lo que a todas luces fue un golpe de Estado que derivó en una sangrienta guerra civil que duró casi tres años; y donde se destaca el reconocimiento del bando sublevado como poder político oficial en España desde 1936. Tanto el Tribunal Supremo como el Ministerio de Defensa del último Gobierno del Partido Popular, cuya titular era María Dolores de Cospedal, colocaban a Franco como Jefe del Estado desde el 1 de octubre de aquel año. ¡Chupa del frasco! Por otro lado, Mariano Rajoy se jactaba de no haber dado un solo euro para poder sacar esqueletos de fusilados de las cunetas y descampados, pasando por alto la Ley de la Memoria Histórica. Una cosa parece clara: bueno sería aumentar los espacios del Museo Arqueológico Nacional (Serrano, 13) para poder trasladar a ese recinto a determinados magistrados, políticos, militares, obispos y locutores de cierta cadena de radiodifusión  que no terminan de entender nuestra historia reciente, que se han quedado anclados en la batalla de Clavijo (que en parte es leyenda y en parte realidad) sabedores todos ellos  de que todavía se recrea esa batalla en Astorga cada tres años con performances callejeros, pitos y flautas; y donde, por cierto, se conservan los restos de una bandera de gran colorido (sobre fondo amarillo, dos lobos pasantes de color rojo, rodeados de triángulos superpuestos rojos y azules) en una arqueta de madera. Unos fastos donde también se recuerda el siglo XV, cuando el rey Enrique IV creó el Marquesado de Astorga e hizo a Álvaro Pérez Osorio portador de la bandera de aquella batalla que dio comienzo a la Reconquista.  Hay días en los que siento vergüenza ajena, donde proyecto mi propio miedo sobre el espantoso ridículo de ciertos individuos nostálgicos que imparten opinión, doctrina, justicia y hasta jurisprudencia; y que creen estar en posesión de la cuerda de trenzado. Pues miren, no. Aquí hubo una Segunda República, una Constitución de 1931, dos Presidentes, un himno, el de Riego y una bandera tricolor ondeando en escuelas, cuarteles y centros oficiales. Y todo se fue al carajo de la vela  por culpa de unos mequetrefes africanistas, con el soporte de una derechona intransigente y caciquil y las bendiciones de una curia eclesiástica que había perdido privilegios en Enseñanza, hasta el punto de denominar a aquella tremenda contienda fratricida como “cruzada de liberación”. ¿Cabe mayor bochorno?

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