En mi último chat, publicado hoy a las 2.28 p.m., titulado
“Suprema desinformación”, hacía
referencia al auto de la Sala Tercera del Tribunal Supremo referente a no
permitir, al menos de momento, que pueda exhumarse la momia de Franco en el paraje de Cuelgamuros el
próximo 10 de junio, es decir, dentro de tres días. Esa desinformación del alto
Tribunal había causado cierto estupor entre la ciudadanía, que no lo entendía
un despiste de tal calibre que hubiese costado un suspenso a cualquier alumno
de primer curso de Bachillerato. Un despiste que el historiador Ian Gibson ha encontrado “bochornoso” y
“aberrante”. Pues bien, hoy también me he enterado de que la Secretaría General
Técnica del Ministerio de Defensa del
Gobierno de Mariano Rajoy publicó en
2018 un trabajo (“Los símbolos del Estado”)
donde se consideraba oficial la bandera de los rebeldes (con el águila de
san Juan) desde el 29 de agosto de 1936; la Marcha de Granaderos (Marcha Real) desde
el 27 de febrero de 1937; donde se denomina “alzamiento del 18 de julio” lo que
a todas luces fue un golpe de Estado que derivó en una sangrienta guerra civil
que duró casi tres años; y donde se destaca el reconocimiento del bando
sublevado como poder político oficial en España desde 1936. Tanto el Tribunal
Supremo como el Ministerio de Defensa del último Gobierno del Partido Popular,
cuya titular era María Dolores de Cospedal,
colocaban a Franco como Jefe del Estado desde el 1 de octubre de aquel año.
¡Chupa del frasco! Por otro lado, Mariano Rajoy se jactaba de no haber dado un
solo euro para poder sacar esqueletos de fusilados de las cunetas y
descampados, pasando por alto la Ley de
la Memoria Histórica. Una cosa parece clara: bueno sería aumentar los
espacios del Museo Arqueológico Nacional (Serrano, 13) para poder trasladar a
ese recinto a determinados magistrados, políticos, militares, obispos y locutores
de cierta cadena de radiodifusión que no
terminan de entender nuestra historia reciente, que se han quedado anclados en
la batalla de Clavijo (que en parte
es leyenda y en parte realidad) sabedores todos ellos de que todavía se recrea esa batalla en
Astorga cada tres años con performances callejeros, pitos y flautas; y donde,
por cierto, se conservan los restos de una bandera de gran colorido (sobre
fondo amarillo, dos lobos pasantes de color rojo, rodeados de triángulos
superpuestos rojos y azules) en una arqueta de madera. Unos
fastos donde también se recuerda el siglo XV, cuando el rey Enrique IV creó el Marquesado de
Astorga e hizo a Álvaro Pérez Osorio
portador de la bandera de aquella batalla que dio comienzo a la Reconquista. Hay días en los que siento vergüenza ajena,
donde proyecto mi propio miedo sobre el espantoso ridículo de ciertos individuos
nostálgicos que imparten opinión, doctrina, justicia y hasta jurisprudencia; y
que creen estar en posesión de la cuerda de trenzado. Pues miren, no. Aquí hubo
una Segunda República, una Constitución de 1931, dos Presidentes, un himno, el
de Riego y una bandera tricolor ondeando en escuelas, cuarteles y centros
oficiales. Y todo se fue al carajo de la vela por culpa de unos mequetrefes africanistas,
con el soporte de una derechona intransigente y caciquil y las bendiciones de una
curia eclesiástica que había perdido privilegios en Enseñanza, hasta el punto
de denominar a aquella tremenda contienda fratricida como “cruzada de
liberación”. ¿Cabe mayor bochorno?
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