Posiblemente Fernán Caballero lo asociarán a un
pueblo de Ciudad Real, en el camino hacia Madrid, de apenas 1.000 habitantes.
Fue una aldea protegida por el castillo de Malagón. Más tarde quedó vinculada a
la Orden de Calatrava y alcanzó la categoría de villa en 1482. El nombre se le
atribuye al primer señor, Ferrant
Cavallero, en el siglo XIV. En 1837 el ayuntamiento y la iglesia fueron
incendiados; y el 14 de julio de 1936, 14 religiosos claretianos fueron
arrojados al andén de la estación de ferrocarril y tiroteados hasta morir (Antonio Montero, “Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939”, pp.
296-307). Pero yo pretendo asociarlo al pseudónimo que adoptó la escritora Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de
Larrea (1798-1877). Ello viene a cuento por una simple razón: al libro “Recuerdos
de Fernán Caballero”, escrito por Luis Coloma y publicado en 1910 (El Mensajero
del C. de Jesús, Ayala, 3, Bilbao). Un libro en cartóne granate de 450
páginas y el añadido de un retrato de la escritora, nacida en Morges (Suiza),
tres veces casada y residente durante mucho tiempo en Dos Hermanas (Sevilla)
donde recibió la visita del escritor americano Washington Irving. Como recuerda P. Sánchez Núñez (“Fernán Caballero. La
escritora de Dos Hermanas. Vida y Cartas”, editado
por La plazoleta de Valme, 127 pp.-2015), algunos que la conocieron la
describieron como “sempiterna
fumadora de puros, gran amante de los dulces; vitalista pero un punto
excéntrica. Estuvo considerada con los códigos sociales de la época como ‘una
señora rara’, siempre rodeada de flores, gatos y pájaros”. Murió en
Sevilla a los 81 años. Sus restos reposan en el Panteón de Sevillanos Ilustres,
en la cripta de la iglesia de La Anunciación. Personalmente tuve la suerte de
encontrar un ejemplar bastante bien conservado durante una de mis visitas
domingueras a la zaragozana plaza de san Bruno. Mi sorpresa llegó cuando leí lo que ponía manuscrito
en una de las primeras páginas: “Hoy
18-1-1928. Josefina Mompeón. Zaragoza”,
Nacida en 1905 y fallecida el 10 de
junio de 1998 a los 93 años, siempre tuvo una estrecha vinculación con el
diario Heraldo de Aragón. Su letra es
puntiaguda y ágil de trazo. Me recordó la caligrafía inconfundible de mi madre.
Tenía 23 años cuando adquirió el libro y estaría dispuesto a entregárselo a sus
herederos directos si así me lo solicitasen. Qué menos.
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