miércoles, 5 de junio de 2019

Llamarse aldana



Recuerdo que gobernando el Ayuntamiento de Zaragoza Juan Alberto Belloch escribí un post que titulé “Zaragoza huele a mierda”. Eso acontecía el 30 de septiembre de 2011. Pero Belloch, que no acostumbraba a leer mis escritos ni tenía por qué leerlos, y que vivía en una zona residencial de alto standing, pasó de largo sobre el problema como aquel tren de Galicia que siempre escuchaba Lorenzo (bedel de un centro docente y protagonista de “Diario de un cazador”), en la obra de Delibes, cuando algún  problema personal le producía sobresalto y no le permitía conciliar el sueño. Decía yo entonces: “Se puede carecer de olfato pero no llamarse aldana”. Por cierto, casi ocho años más tarde desde aquella publicación aprovecho para aclarar que la expresión “llamarse Aldana” se utiliza para designar a aquella persona que se desentiende de un asunto o de un compromiso, o hace caso omiso de las peticiones o solicitudes. Eso fue lo que aconteció entonces. “Llamarse aldana” era lenguaje de germanías, o sea, la jerga utilizada por los pícaros durante el Siglo de Oro. En aquel argot marginal a la Iglesia se la denominaba “Aldana”. Es bien conocido que existía una ley eclesiástica de derecho de asilo para los perseguidos y los fugitivos de la Justicia. Dentro de un templo nadie podía ser detenido y “llamarse aldana” era equivalente a hacer oídos sordos a los agentes de la Autoridad de la época, que no a la Autoridad, porque conviene matizar que, a día de hoy, un agente de la Guardia Civil o de la Policía Nacional no es nunca Autoridad sino un agente de la Autoridad que actúa por delegación, siempre al servicio de la Autoridad, o sea, de un  juez, de un fiscal, o de un letrado de Administración de Justicia (hasta hace poco tiempo conocido como secretario judicial). Pero volvamos al tufo que se ha estado percibiendo en Zaragoza. A Belloch ya no puedo echarle la culpa del problema. Ahora viste toga y desde 2015 se dedica a ejercer el severo oficio de magistrado en la Audiencia Provincial. En todo caso la culpa, de haberla, sería del alcalde actual, Pedro Santisteve, abogado laboralista al que Pablo Casado llamó sin fundamento alguno “amigo del Grapo”,  el 16 de febrero de este año en Zaragoza, por la celebración de la charla de un ex miembro de ese grupo terrorista en un centro social cedido por el Ayuntamiento, algo que a todas luces constituye una injuria grave. Se refería Casado a la Jornada Antifascista que, en noviembre de 2018, organizó el Centro Social Comunitario “Luis Buñuel” de Zaragoza, y en la que participó Carmen López, miembro de esta banda, que fue condenada por el atentado de la madrileña Cafetería California  en 1979. Pero, como digo, la causa del olor pestilente procede de unos campos del barrio de Movera, que se están fertilizando con lodos de la depuradora de la Papelera Saica. Aquí, una vez conocida la causa y el nombre de sus responsables, nadie puede llamarse Aldana y acogerse a sagrado. En la Iglesia ya no existe derecho de asilo y los templos zaragozanos cierran sus puertas después de cada oficio religioso en evitación de que penetren los “sin techo” y puedan hurtar el dinero de los cepillos. Y en La Seo, menos aún. El Episcopado cobra por su visita y, además de ello, se sigue alzando con el santo y la limosna.

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