El fijo discontinuo es todo aquel individuo que trabaja
en una empresa de forma intermitente, lo que antes se llamaba trabajo temporal.
Era algo muy común en las azucareras, donde se contrataba un gran número de
trabajadores no cualificados solo durante el periodo de campaña; en los grandes almacenes durante el periodo
navideño; en la contratación de camareros por un día en los restaurantes cuando
se celebran banquetes de bodas; o en las piscinas públicas, obligadas a
contratar socorrista durante los meses de verano. Es difícil que desaparezca la figura del trabajador fijo discontinuo en
unpaís de servicios. Recuerdo que hace
ya muchos años tuve un fraile de profesor de la asignatura obligatoria de
Religión, el padre Agapito, que
pretendía que cada día uno de los educandos hiciesen de monaguillos en la misa
que diariamente oficiaba a las siete de la mañana en un altar lateral de la
iglesia de su convento. Yo siempre me negué a sus pretensiones. Ser monaguillo
discontinuo no era uno de mis apegos. Menos aún cuando la misa se oficiaba en
latín, o sea, tridentina o de los apóstoles, y que incluía palabras griegas,
como “kyrie eléison”, o arameas, como
“hosanna”, desde que Pío V ordenase que el latín fuera el
idioma oficial de la Iglesia Católica. Lutero,
que pertenecía a la misma orden que el padre Agapito, fue consciente de que eliminando
la misa podría matar tres pájaros de un tiro: suprimir el culto de dulía, derrocar
al Papado y terminar con esa lengua muerta espinosa de declinar. Pero no calibró aquel religioso que suprimir el Papado era arduo dificultoso y que
terminar con el culto de dulía equivalía a extirpar las fiestas de los pueblos;
que, todavía hoy, en sus programas oficiales diferencian entre los actos
religiosos de los actos profanos. No olvidemos que las fiestas patronales, al
mismo tiempo que comparten las características propias de cualquier otra fiesta,
tienen una doble particularidad: un origen religioso y un marcaje por su delimitación geográfica a una comunidad concreta donde se fusionan
actos lúdicos con dogmas emanados del Concilio
de Trento. Son difícilmente separables. Siempre fue necesario conservar los
mitos atávicos y los dogmas, resguardarse del poder del Maligno y encomendarse a un santo o a una virgen, sin importar cuál de ellos, en evitación de posibles peligros con acechanza tanto a la salud como a
la agricultura: bailes de san Vito, sudor inglés, ruido de tripas, tercianas, garabatillos, flatulencias, granizadas, riadas y plagas, tanto para aliviar el cuerpo como para proteger el agro, su principal fuente de riqueza. En consecuencia, la
necesidad de elevar plegarias a mediadores, las vigilias, los ayunos de carne,
las procesiones a ermitas, las bendiciones de roscones y las ofrendas de
exvotos siempre tuvieron su importancia. España siempre fue un país exótico a
ojos de extranjeros y un país “para tocar madera” al entender de los paisanos.
Tal vez por esa razón Lord Byron
vino a estos pagos para escribir “Loverly girl of Cadix”; Víctor Hugo para
publicar sus “Orientales”; Washington Irwing, los “Cuentos de la
Alhambra”; y Marimée, su famosa “Carmen”.
La leyenda de Boabdil, el último
sultán del reino nazarí, y el suspiro del moro ante la tumba de Moraima antes de abandonar las
Alpujarras camino de Fez, sostiene que las lágrimas del rey dieron lugar al
nacimiento de nuevos olivos. Más tarde encontraría la muerte sobre su corcel,
que arrastró su cuerpo por todo el lecho del río hasta llegar al mar. Los
mitos, como digo, no dejan de sorprender a hebreos, sarracenos y cristianos,
todo ellos de acendrada fe discontinua y volandera. ¿Qué fue del padre Agapito? Nunca lo
supe.
Jorge
Bonsor fue un buscador de tesoros nacido en Lille (Francia) en
1855 y muerto en Mairena del Alcor en 1930. Llevó a cabo excavaciones en la Necrópolis de Carmona en 1883 y fue muy
conocido en la Andalucía del siglo XIX. Años más tarde, Jorge Maier Allende, pionero de la arqueología tartésica, hizo una
recopilación de las cartas de Bonsor en el libro “Epistolario de Jorge Bonsor(1886-1939)”. Tartessos, al sudoeste de la Península Ibérica, fue un
lugar lleno de misterios y mitos griegos, ya descrito en “La Ilíada” como un lugar plagado de peligros. Allí se
encontrabael Tártaro, el peor de los
infiernos, cerca de la isla de Eritia, donde habitaban las Hespérides y donde Hércules levantó las dos columnas que
hoy constituyen el Peñón de Gibraltar, en la Península, y el monte Hecho, en Ceuta.
En la recopilación de cartas referida, Bonsor aparece la palabra “aprovio”, que
es el arma usada por el diablo en contra
de los hijos de Dios. No debe confundirse con “oprobio”, entendido como
ignominia, afreta, deshonra. En la carta número 5, que escribe Salomón Reinach desde Berlín a Jorge
Bonsor y fecha el 25 de marzo de1898, éste comienza: “Muy Sr. mío y de mi mayor aprovio…”.Y en el poema “Décimas nuevas para cantar por el punto de
La Habana” se dice: “Está tan
adelantada / la humana generación /el amor tan en acción / la pasión tan
desalada; /que sin aventurar nada, / es un argumento obrio (sic), / que de sí
misma es aprovio (sic) / y espera tristezas miles, / la que llegue a veinte
abriles / y no le saliese novio”. (Sevilla. Imprenta de de D.J.M. Moreno).
El 23 de noviembre de 2012 se practicó una autopsia a la
momia de Juan Prim, que no estaba autopsiado
con anterioridad pese a lo que atestiguan algunos documentos de la época; es
decir, que solo se contempló el 31 de diciembre de 1870 su hábito externo (sin recurrir al hábito
interno, que requería apertura de cavidades). Más de un siglo después, en el Tanatorio de Reus y en el Hospital Universitario Sant Joan,
se practicó un estudio macroscópico, radiológico y una endoscopia del entonces
presidente del Consejo de Ministros fallecido como consecuencia de las heridas
producidas en un atentado cuatro días antes. También se disiparon los infundios
sobre su posible estrangulamiento basado en un informe del Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela y las
conjeturas del periodista Francisco
Pérez Abellán. Años antes, la noche del 19 de octubre de 1946, se llevó a
cabo la exhumación del cadáver de Enrique
IVde Castilla en el Monasterio
de Guadalupe (Cáceres). Se abrieron los sepulcros de ese rey y de su esposa, María de Aragón en el interior de una
galería con bóveda existente debajo de un cuadro de la Asunción. Sobre esa
exhumación existe un riguroso ensayo de Gregorio
Marañón (“Ensayo biológico sobre
Enrique IV de Castilla y su tiempo”) donde se le hace un retrato
morfológico de aquel monarca de gran estatura aunque menor que la de su padre (Juan II), eunucoide y con un gran prognatismo
mandibular. Ahora se acaba de practicar un estudio antropológico y forense al
cuerpo momificado de san Isidro, patrono
de Madrid, con motivo del IV centenario de su canonización. De paso, se ha hecho
una reproducción facial de su rostro. Su cuerpo se conserva en la madrileña Colegiata de san Isidroel Real (calle de Toledo, 37). Las
doctoras María Benito, Ana Patricia Moya, Mónica Rascón e Isabel
Angulo han podido conocer que ese santo fue unvarón con una estatura de entre 167 y 186 centímetros que
murió a una edad de entre 35 y 45 años y no a los 90, como decía la tradición.
No se ha podido saber la causa de su muerte ni se han encontrado signos de
violencia ni traumatismos, aunque sí infecciones en los huesos maxilares y una
moneda de vellón en la garganta con la silueta de un castillo y un león rampante
enmarcado por un rombo. Parece ser que se trata de una ‘blanca del rombo’ o “dinero”
de Enrique IV, que comenzó a emitirse en 1471 y que fue muy devaluada y falsificada
en la época. Esas monedas llevaba en el anverso la leyenda “Enricvus Dei Gracia” y en el reverso “XPS VINCIT XPS REG”.Estas
marcas enigmáticas solo aparecen en dos series de monedas acuñadas durante este
reinado: en los cuartos posteriores al Ordenamiento de 1461 y en las ‘blancas’
que se emiten a partir del Ordenamiento de 1471. La función de estas marcas quizás
fuera la de distinguir las monedas auténticas de las falsas. Hubo cecas en
Cuenca, Toledo y Sevilla. En cualquier caso, hipótesis aparte, durante el reinado de los Reyes Católicos siguieron circulando las monedas acuñadas en tiempos
de Enrique IV. Su hermanastra Isabel I
de Castilla ordenó una disposición al respecto en febrero de 1475
estableciendo que estas ‘blancas’ acuñadas tras el Ordenamiento de 1471 en las
cecas oficiales conservaran su valor de 1/3 de maravedí y que las otras ‘blancas
de rombo’ no oficiales y las anteriores a 1471, que no llevan el castillo y el
león en el losange, tuvieran un valor de 1/6 de maravedí. Pero, ¿quién puso la
moneda en la garganta del santo? Nadie lo sabe.
Es cierto que se ha conseguido instaurar la idea de que
para celebrar la Navidad es ineludible ir de compras. De ahí la cantidad de
iluminación que inunda los espacios públicos del centro de las poblaciones. Se
da por hecho que si hay muchas luces colgadas los ciudadanos saldrán a la calle,
verán escaparates y entrarán en los bares para consumir, que es de lo que se
trata. La inflación galopa, los precios en el mercado se disparan al aumentar
la demanda, las superficies comerciales se llenan de gente y en las pescaderías todos quieren comprar rodolfos langostinos y pescadillas gordas que pesen poco; y, sin embargo,
todos nos quejamos de lo cara que se ha puesto la vida. Por si ello fuera poco,
cada año se anticipan más esas campañas comerciales. Mucha misa de gallo, muchas
bendiciones apostólicas por la tele, muchas frases-papilla saliendo de boca del
jefe del Estado como si fuesen serpentinas, muchos villancicos, belenes a tutiplén, cantidad de peces bebiendo en el río por ver al
Niño-Dios nacido y mucho aguinaldo con turrón y
mazapán, pero nadie cae en la cuenta de que mil millones de personas en el mundo
viven una pobreza extrema, que tenemos una guerra en Europa que produce
calamidades sin cuento a los ucranianos, que hay demasiados ancianos en
pasillos de Urgencias de hospitales en absoluta soledad, y que, en ocasiones,
las cenas de Nochebuena reúnen a familiares con los que no se tiene relación
alguna el resto del año, que en el fondo se odian, y donde siempre hay un
cuñado sabihondo insufrible o una nuera pasiva hasta la grosería que, pese a
estar a mesa puesta, intentan joder un encuentro familiar que siempre terminan
pagando los abuelos, tanto aportando las viandas que hay sobre la mesa como limpiando
la vajilla y la cocina cuando todos se marchan sin haber recogido un plato. ¿Merece
la pena tanto esfuerzo? Sinceramente, no. La esencia de la Navidad, que debería
estar en lo que no se puede comprar, no es cosa distinta a pura hipocresía bajo el celofán de la usanza
de un consumo desmesurado e insostenible. La felicidad no se compra con el
consumismo compulsivo ni descorchando botellas de un cava infame que produce flato ni intentando trocear el turrón de Alicante a golpes de machete ni elevando el
tono de voz como si fuésemos sordos para que la fiesta no decaiga. Guardar las debidas composturas en la mesa es como nacer de nalgas medio desguangüilado, sin un mal gesto, sin dar voces estentóreas o escupiendo aguarrás, algo difícil de creer.
El
pasado jueves volvía a aparecer en las pantallas de la Sexta el programa “Pesadilla
en la cocina” de la mano de Alberto
Chicote. En esta ocasión se trataba de intentar levantar un negocio ruinoso
en manos de una familia de etnia gitana, “El
fogón de la Toscana”. Hoy me entero de que esa familia buscó la
teatralización ante las cámaras del padre, de la madre y del hijo, que cuenta
que se desmayó el día que notó un soplido divino, hasta conseguir lo que todos
ellos pretendían, o sea, la reforma del restaurante a cargo del programa para,
seguidamente, poderlo vender a un buenprecio. Aquí el más tonto hace
relojes y la picaresca permanece tan viva como en los tiempos de Francisco deQuevedo. Pero aAtresmedia, que opera en varios sectores
de actividad, le da igual. Con cuatro anuncios amortiza cada programa y le
sobra dinero para mantener el pupilaje del único que en su día supo arrinconar
a los “intocables” Luca de Tena, Me
refiero a Mauricio Casals, apodado
como el Príncipe de las Tinieblas, que
ocupaba (no sé ahora) una suite del hotel Palace de Madrid de martes a jueves,
como hizo Julio Camba en la
habitación 383 de ese mismo hotel en 1949 y que no lo abandonó hasta el día de
su muerte, en 1962. Había sido “negro” de Juan
March y éste le agradeció sus servicios pagándole la cuenta del hotel. Manuel Vicent (El País,21.04.2012) decía
sobre Camba algo que había dicho Ortega,
que consideraba a Camba el mejor escritor del momento. Escribió Vicent: “Juan
March le prometió hacer valer su influencia para impulsar su candidatura a la Real Academia Española. Al hacérselo
saber a Camba, éste dijo: ‘¿Académico de la Lengua? Prefiero que me compre
usted un piso’. El plutócrata mallorquín no le compró un piso, pero le pagó
hasta el fin de sus días una habitación en el hotel Palace; no una
suite, ciertamente, sino un cuchitril en el último piso junto al
cuarto de la plancha”. En otro momento de ese artículo señala Vicent: “Era
difícil sacarlo de la habitación 383 del hotel Palace para llevarlo de invitado a casa de algún anfitrión. Para
esa clase de citas tomaba muchas cautelas. No le faltaba razón. De hecho, en un
restaurante puedes criticar al cocinero, devolver el solomillo poco hecho,
exigir cualquier capricho, sentenciar que el vino está picado, no así en el
domicilio particular de un amigo, donde por obligación debes exaltar la receta
infame de la señora de la casa aun sabiendo que te va a destrozar el estómago.
Julio Camba ponía toda clase de trabas y no dejaba de refunfuñar hasta que,
sentado a la mesa, la calidad del vino bien elegido, por fin, lo aplacaba y lo
volvía pastueño”. Tenía razón.
Ahora que se acerca el fin de año y las fiestas de
Navidad me viene a la memoria la figura del “todoterreno” Manuel María Puga y
Parga, más conocido como Picadillo,
que explicódetalladamentecómoasar el pavo, tradicional en esas fechas.
Decía que el primer paso consistía en emborracharlo con aguardiente de caña, es
decir, con ron. El segundo paso, en decapitarlo cuando esté borracho, después
desplumarlo y dejarlo colgado toda la noche, para luego abrirlo y limpiarlo.
Más tarde, untarlo con ajo, sal y manteca de cerdo antes de meterlo al horno.
Este curioso personaje había nacido enSantiago de Compostela el 23 de abril de 1874 y fue jurista, escritor,
político y gastrónomo.
Hijo de Luciano Puga y Blanco, que
fuera catedrático en la Facultad de Derecho,alcalde de Santiago,decano del Colegio de
Abogados de La Coruña, responsable máximo del Banco de España en Cuba, diputado,
senador y fiscal del Tribunal Supremo; y nieto de Manuel María Puga Feijoo, coronel del ejército isabelino y heredero
de la condesa de Jimonte. Picadillo
estudió Derechoe hizo el doctorado con
su tesis “Fueros Nobiliarios” en
1895. La amistad de su padre con Cánovas
le llevó a obtener plaza de funcionario en el Ministerio de Gracia y Justicia,
que conservó hasta quedar cesante tras el asesinato del político dos años más
tarde por el anarquista Angiolillo en
el ‘balneario de santa Águeda’, en
Mondragón. Poco más tarde fue nombrado juez de Arteijo (La Coruña) y por
aquellas fechas contrajo matrimonio con Carmen
Ramón. Acompañó a su padre en 1892 en su viaje a Cuba a bordo del primer vapor ‘Alfonso XIII’, de la Compañía Transatlántica Española. Hubo otro vapor con el mismo nombre, botado en septiembre de 1920 e inaugurado en 1923 que durante la República se llamó "Habana", dado de baja en 1975 y posteriormente desguazado. El primero de ellos naufragó el 5 de febrero de 1915 en la bahía de Santander por una "surada". Curiosamente, en su segundo viaje a su regreso de América, en 1893, coincidió estando atracado en el muelle de Santander con el barco "Cabo Machichaco", de triste recuerdo. Durante el trayecto a Cuba tuvo un incidente Picadillo
que terminó en duelo, por fortuna suspendido por su obesidad. Su seudónimo lo
comenzó a utilizar en los periódicos ‘El Orzán’ y ‘El Noroeste’ con sabias recetas de cocina. En 1901 publicó “36 maneras de guisar el bacalao”. Una
de ellas está dedicada a su amigo Wenceslao
Fernández-Flórez con cierta guasa. Así la describe: “Se coge una hoja de
bacalao muy delgada, tan delgada como Wenceslao Fernández Flórez, y se toman
unos tomates muy gordos, tan gordos como yo. Se sala a Flórez y se me parte en
pedazos a mí, y en una tartera, capa de pedazos de Flórez desalados y capa de
yo. Fuego lento; refrito por encima de aceite; mucha cebolla y ajos cuando
Flórez está cocido. Diez minutos más de fuego y un perejil final reducido a
'Picadillo' con alguna sal si la necesitase. Y así es la vida. Yo estaré
dividido por el eje, pero usted, amigo mío, se queda sin sal que es bastante
peor”. En 1905 publicó “La
cocina práctica” con prólogo de Emilia
Pardo Bazán. Otras obras del mismo autor fueron “A coclña popular
gallega y recetas para la cuaresma”, una ampliación, hasta 56, de las
diferentes maneras de hacer el bacalao (1906);”El rancho de la tropa”
(1909); “Pote aldeano” (1911); “Vigilia reservada: minutas y recetas”
(1913); y la póstuma “Mi historia
política” (1917). Murió en La Coruña el 30 de septiembre de 1918 como consecuencia
de la mal llamada “gripe española” que diezmó Europa. Tenía 44 años.
Recuerdo, de niño, llegar a la escuela el lunes y en un
momento determinado preguntar el maestro a algunos educandos si habían asistido
el día anterior a misa. Para asegurarse, el maestro les preguntaba: “¿de qué
color era la casulla del párroco?”. Ahí comenzaban las dudas del preguntado.
Unos decían verde, otros roja… Existía diversidad de respuestas. Hoy sería
inimaginable que un docente hiciera tales preguntas a sus alumnos en un Estado
no confesional. Pero entonces, durante el nacional-catolicismo reinante durante
la dictadura de Franco, un cura mandaba
más que un alcalde y no oír misa entera los domingos y fiestas de guardar
estaba mal visto. Es más, la blasfemia estuvo castigada con multas de cincuenta
duros; a la iglesia no se podía ir en manga corta; y las mujeres debían llevar
velo en la cabeza, falda larga y medias. En este país, donde estaba prohibido hasta
el control de la natalidad, se hizo asignatura obligatoria el estudio de la
Historia Sagrada y el catecismo en las escuelas. Existía, tanto un decretocomo una ley, ambos en vigor desde 1938 en la
zona controlada por los rebeldes, que daban idea de la presión de la Iglesia en
los territorios “conquistados” por
los sublevados. Por un decreto de 2 de marzo de 1938 se suspendieron los
pleitos por separación y por divorcio; y la ley de 12 de marzo de 1938 derogó
otra ley de 28 de junio de 1932 sobre el matrimonio civil. Posteriormente se
abolió el divorcio (Ley de 23 de septiembre de 1939) y se restableció el
presupuesto del clero con la Ley de 9 de noviembre del mismo año y que derogaba
la republicana del 6 de abril de 1934. En el preámbulo de esa nueva ley se
justificaba el sueldo a los clérigos, ya convertidos en dueños del cotarro. En
suma, un patrón similar al del régimen autoritario portugués de Antonio de Oliveira entre 1933 y 1974,
y del dictador de Croacia Ante Pavelic
entre 1941 y 1945. Pero volvamos al color de las casullas de los curas en el
ejercicio de ese sacrificio incruento que es la misa, que puede ser verde, rojo, morado, blanco, azul, rosa y
negro, que es ausencia de color. El verde se utiliza en Tiempo Ordinario, es decir, excepto en Cuaresma,
Adviento, Pascua Florida y Pascua de Navidad. Tampoco se usará durante las
fiestas de Jesucristo, de la Virgen o de los mártires. El rojo se usa con
motivo de la celebración de Espíritu Santo, de los mártires y en Viernes Santo
(aunque ese día permanezcan los templos cerrados). El morado, en días Cuaresma
y Adviento. El blanco, en Pascua Florida y el día de Navidad. El azul, por concesión
papal para los pueblos hispanos, el 8 de diciembre, o como dicen los de mi pueblo: "p'a la Purisma". El rosa, el tercer domingo
de Adviento (Gaudete o Laetare) y el cuarto domingo de Cuaresma. La casulla negra
es propia de las celebraciones exequiales. La casulla, que se coloca sobre la
estola y el alba, deriva de la pénula (capote) greco-romana, utilizada por la
clase senatorial romana a principios del siglo IV. A partir del siglo IX se
impusieron la dalmática y la tunicela. La dalmática lleva para tapar los brazos
una especie de mangas anchas y abiertas. La tunicela es parecida a la dalmática
aunque con menos adornos y con una barra horizontal (la dalmática dispone de
dos). En las misas pontificales o solemnes el preste (oficiante) viste casulla;
el diácono, dalmática;el subdiácono, tunicela; y el sacerdote asistente, capa
pluvial. ¿Supo esos detalles litúrgicos aquel maestro de mi infancia?Permítame el lector que lo ponga en duda. Tampoco importaba. Los
colores no existen. Ni el cielo es azul ni el atardecer es naranja ni las estrellas de mar el día del Juicio Final subirán al Cielo, como dejó escrito creyendo que sí subirían como el globo escapado de la mano de un niño, el inolvidable Ramón Gómez de la Serna. El color no
está en las cosas sino en la luz que las ilumina.
Lo primero que hay que tener en cuenta cuando acudes a un
restaurante elegante es conocer de qué carta disponen. Si ese establecimiento cuenta con dos menús cerrados ya empezamos mal, por muchas estrellas Michelín
que tenga concedidas. Y si en esos dos menús cerrados hay platos que no te gustan, mejor no entrar. Días
pasados se han concedido nuevas estrellas Michelín a establecimientos que
desconocía. En Zaragoza, a uno establecido en un antiguo garaje, llamado Gente Rara. Por curiosidad he leído las
dos opciones que ofrece en menús cerrados: “Menú
chalado” y “Menú lunático”. La bebida
no está incluida en el precio. Ya empezamos mal. El primero de ellos, a unprecio de 55 euros por comensal, ofrece (y
leo textualmente): pan y aceite; gota de sangre; cebolla; bacalao; anguila;
pimiento de cristal; conejo y carrillera de cordero. De postre: amaretto sour;
y magdalena ‘tía Ana’. El segundo, a
unprecio de 90 euros por comensal,
ofrece: brioche, gota de sangre, pan y aceite, pimiento de cristal, cebolla,
azafrán, bacalao, anguila, tendones, cera, sal, conejo, morro dongpo y carrillera
de cordero. De postre: degustación de quesos, amaretto sour, magdalena de limón
‘tía Ana’, melocotón y suzette. Como no podía
ser de otra manara, el IVA está incluido en ambos menús. Para aquel que lo
desconozca,el “amaretto sour” es uncóctel
clásico con sabor a almendras dulces y zumo de limón; el “suzzette” (que así se escribe) es un crep; el brioche es un bollo de leche. La “gota de sangre” excede al límite de mis
conocimientos culinarios, salvo que se trate del carmín de una cochinilla
recién extraída de una pala de nopal del huerto de un señor de Bubierca. En
resumidas cuentas, como a mí no me gusta el conejo, ni los tendones de no
sabemos qué animal, ni la cera, ni los sesos de cordero, ni la carne blanca,
gelatinosa y dura de la anguila por no ser japonés de nación, lo mejor es que
no acuda a ese garaje zaragozano reconvertido, que acaba de recibir una
estrella Michelín y que cuenta con una gran lista de espera para degustar lo
que sale de su cocina. Dicen que la vajilla es original y en las fotos he
podido comprobar que carece de mantelería y que los escasos comensales se
sientan en mesas desnudas cerca del “quirófano” de la cocina. A raíz de la concesión de esa estrella
Michelín leí un suelto de José Miguel Martínez
Urtasun en El Periódico de Aragón
donde ponderaba ese restaurante. Él sabrá por qué. Deseo a Sofía Sanz
y aCristian
Palacio los mayores éxitos en una cocina sui géneris en donde, al menos por las referencias de que dispongo,
prima la casquería. Para mí, comer es otra cosa. A mi entender, las estrellas Michelín
no son garantía de nada, sino un “gancho” para atraer a horteras adinerados y
justificar sus altos precios. Una mesa sin mantel blanco y servida por camareros vestidos de limpiabotas de cafetín con animadora es propia de ventas en
encrucijadas de caminos de paisajes manchegos, algo que aborrezco. Por eso prefiero no entrar. No todo vale. El hábito no hace al
monje.