martes, 12 de marzo de 2024

Barandales

 

Estamos a pocos días de la Semana Santa. No existe pueblo en España que no desee que sus procesiones religiosas terminen siendo de “Interés Turístico Nacional”. Sobre todo, los insaciables hosteleros que, como Izuel, entienden que trabajar a media jornada es bregar de 12 a 12. El origen histórico de la Semana Santa de Zaragoza se vincula a dos instituciones religiosas: la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís y la Muy Ilustre, Antiquísima y Real Hermandad de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y Madre de Dios de Misericordia. Las procesiones se desarrollan desde el Sábado de Pasión al Domingo de Resurrección, con momentos como El Encuentro, el Miércoles Santo, que ya se representaba en el siglo XVII, o El Santo Entierro, el Viernes Santo. Y por estos pagos, cada año aumenta el número de tambores, bombos y matracas que retumban callejuelas y espacios públicos a la caída de la tarde. Pero, de entre todas las procesiones, las hay con más bulla y con silencio sepulcral. No son iguales las procesiones en Sevilla que las de Zamora, o las de Cáceres que las de Cartagena. Cada región y cada ciudad tienen sus características propias por más que todas ellas sean espectaculares. Porque las procesiones, a mi entender, tiene más de espectáculo que de fervor. Si me diesen a elegir, me quedaría con la de Zamora por lo que tiene de sombría, con el canto de ‘Jerusalem, Jerusalem’ el Lunes Santo; el ‘Juramento del Silencio’, en la Plaza de la Catedral, en la tarde noche del Miércoles Santo; la procesión nocturna de las ‘Capas Pardas’ el Miércoles Santo; y la del ‘Cristo Yacente’ con el sobrecogedor canto del Miserere, en la Plaza de Viriato. En todas ellas aparece desde el siglo XVI la figura de Barandales, cuya misión consiste en avisar al público del inicio de cada procesión. Viste amplios ropajes y agita con las manos pesados esquilones. El motivo de la existencia de ese personaje es que durante la Semana Santa no se podían hacer tañer las campanas de las iglesias hasta el Domingo de Resurrección para que avisasen del inicio de los actos. El Barandales suele ir acompañado de El Merlú (sin origen semántico preciso) que consiste en una pareja formada por un clarín y un tambor destemplado que produce un tintineo constante y monótono con dos notas más o menos graves. La primera referencia documentada se encuentra en las ordenanzas de la Cofradía de las Angustias, en 1579. En ellas se establece que el entierro de los hermanos ha de estar encabezado por "nuestro cotanero con su ropa e campanilla". Además de tocar en las procesiones, Barandales anunciaba las juntas y cobraba las cuotas. Se le dotaba con ropa y campanilla, según aparece en un apunte contable del año 1614. Ángel J. Moreno Prieto en dos artículos que publicó en El Correo de Zamora, “La singular rareza del nombre de Barandales”, en el segundo de esos trabajos (04/04/2015) señalaba una letrilla de Miguel Ramos Carrión (1897), así como otra de Ricardo Monasterio en una composición de 1903 para el diario Heraldo de Zamora, titulada ‘El tío Barandales’, en la que el autor evocaba recuerdos de su infancia referidos a ese personaje.  No cabe duda de que Barandales es un mote, según Ursicino Álvarez Martínez, quien en 1883 aseguró que “su origen se debía al nombre de la vestimenta usada por el estrafalario personaje, esto es, un ‘balandrán’ -prenda talar hecha de paño fuerte, que antiguamente a veces usaban los eclesiásticos, sobre todo en invierno- que se ajusta al gabán, ropón, hopa o especie de sotana negra de paño burdo (dieciocheno) con cruces rojas en pecho y las espaldas, con que nuestro protagonista aparece ataviado en sendos retratos elaborados en 1897 por los artistas Miguel Torija (dibujo en lápiz pastel) y Ángel Herrero (dibujo en tinta)”.

 

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