viernes, 22 de marzo de 2024

Nada es lo que parece

 

Ya huele a incienso, a caries de beatas y a éxodo de muchos ciudadanos que desean hacer turismo o escapar de la rutina. Me asusta el precio de las torrijas. Su coste se ha desmadrado, dicen que por la tremenda subida del precio en el aceite de oliva. Hace tiempo que descubrí que hay cosas que solo se deben cocinar en casa para evitar sablazos indeseados. Hoy, viernes de dolores, los cofrades se preparan para el performance, unos vestidos de nazarenos encapirotados; y otros, de personajes del Antiguo Testamento con barbas postizas de pelo de panoja. Durante una semana aumenta la calentura del fervorín piadoso, las damas con mantilla y peineta casi levitando, y en las calles céntricas cortadas en cada atardecida solo rompe el silencio mudo (perdonen el pleonasmo) los repiques de tambores de unos cofrades que se vienen arriba con las baquetas aporreando los parches como los toreros de postín frente a un pablorromero. Los españoles somos católicos a tiempo parcial, o sea, en bodas, bautizos, comuniones y entierros. Nunca hubo tantas bodas civiles como ahora ni tantos templos cerrados salvo el tiempo que duran los cansinos ritos de los chamanes, vendedores de humo. Y en la entrada de las catedrales cobran por visitas, tanto da que seas joven que viejo, civil que militar. Hay que mantener a la Curia, a los funcionarios purpurados y con capelo, y a una cohorte de religiosos de menor rango que son legión. El clero no existiría si antes no se hubiese creado por ellos conciencia del pecado ni la figura del pecador. Tampoco la figura del Redentor. ¿De qué nos tiene que redimir? España se ha convertido en un circo de fieles movidos por la fe, por encima de la necesidad de poseer evidencias que demuestren la verdad de aquello en que se cree, conversos, inicuos, escépticos llenos de dudas y ateos recalcitrantes. Por otro lado, los políticos se insultan en las dos Cámaras y el Hemiciclo se está convirtiendo en un patio gris de colegio de barrio en el que todos quieren estar en posesión de un triste balón de badana sin que nadie conozca las reglas del juego. La prensa se pasa el día comentando cosas aburridoras referentes a la familia real británica, pero nunca dice nada sobre la familia real de aquí, la que todos mantenemos aunque sea a regañadientes. Si acaso asoman pinceladas de la estancia temporal de Leonor en la AGM; fotos de Sofía de Grecia participando como voluntaria en la recogida de basura en la playa de la Caleta del Estacio en La Manga del Mar Menor; sobre viajes ocasionales del Emérito a Sangenjo para participar en pruebas náuticas; o contando cómo es el lujoso hotel de Ginebra, el “Four Seasons”, donde temporalmente (mientas le adaptan a silla de ruedas su casa en Emiratos) su inquilino, digo, está "okupando" una suite con vistas al lago que cuesta más de 13.000 euros la noche; o describiendo el último vestido de la Consorte, lo bien que lo luce,  el nombre del modisto o si es de Zara, que nos importa una higa. Poco más. Falta transparencia institucional, y se nota. La Monarquía, a mi entender, no debe ser un florero con petunias o una hueca armadura posada en el recodo de un pasillo del caserón de un hidalgo de Tomelloso. Y termino con una noticia preocupante que leo hoy en El País referida al juego: “El número de jóvenes de entre 18 y 25 años que apuestan online se dispara un 41% desde la pandemia”. La ludopatía juvenil comienza a ser un tema escabroso de difícil manejo. En este patio de Monipodio, con tiesto de albahaca e imagen de una virgen de mala hechura incluida, como en un bodegón pictórico cervantino, se confunde la realidad con la ficción. Nada es lo que parece.

 

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