martes, 19 de marzo de 2024

La taberna de Galiana

 

 

Se cuenta que hoy es el “día del Padre”, mañana comienza el equinoccio de primavera y el próximo domingo será “domingo de Ramos”. Las calores se han adelantado, los bichos aparecen por todos los sitios bastante rejuvenecidos y con ganas de picar y los políticos siguen enfrascados con “y tú más”. Me entero de que el editor Jesús Blázquez (Ediciones 98) acaba de publicar una recopilación de textos dispersos de Álvaro Cunqueiro bajo el título de “La taberna de Galiana”, una tasca que nunca existió, o que Cunqueiro jamás señaló dónde se encontraba. Dice Blázquez que “en ella se reunían los sábados las almas del trasmundo; unas veces la situaba a medio camino entre Galicia y Bretaña y otras en lugares indeterminados”. Puestos a imaginar, la mente es libre, puedo suponer que se trataba de una taberna inmunda, con poca luz y un mostrador alto de zinc donde Galiana, ataviado con un mandil azulón, servía porrones de vino y acidillos a una clientela apacible y silente de octoplasmas de poco hablar y mucho observarse. Una taberna por donde, cada vez que se abría su puerta, penetraba un ventolín capaza de hacer doblar los cadáveres y de mover los faldones de unos espectros mansamente siniestros que, sentados junto al juego de la rana, permanecían semiocultos y con ronquera maligna bebiendo aguardiente de yerbas tras la espesa bruma de humo de tagarninas en forma de prismas truncados y con la vitola de “La flor de la Isabela”, que compraban a los marineros que sobrevivían a los naufragios. En el exterior azotaba la galerna y un hombre que se alimentaba de gaviotas, sentado en una piedra, se disponía a soplar con la gaita la “muñeira de Chantada” sin demasiado éxito. La galerna dispersaba el sonido a las lindes del faro del cabo Fisterra por senderos pedregosos que no disponían de marcha atrás.

 

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