lunes, 25 de marzo de 2024

Sobresaltos

 


Se me antoja como algo raro que un sacristán muera en accidente de trabajo por caerle encima la imagen de un santo. Lo cierto es que eso le ocurrió a un hombre de Coristanco,  sacristán de de la iglesia de san Juan Bautista, en Carballo (La Coruña), que resultó herido antes de ayer cuando sintiéndose indispuesto se apoyó en una estatua que se le vino encima. La noticia fue publicada en diversos diarios pero ninguno de ellos daba noticia del nombre del sacristán ni del santo. Al fin, hoy lunes me entero por La Voz de Galicia que el nombre de ese sacristán era Manuel Estramil Taibo, viudo de Elena Puga Mallo y padre de Isabel Estramil Puga, y que tenía 78 años. Su cadáver se encuentra depositado en la sala 4 del Tanatorio Bergantiños hasta la hora del entierro en Traba-Coristanco, esta tarde a las cinco menos cuarto. La actual parroquia fue diseñada por el arquitecto José Manuel Rey Pichel e inaugurada por el cardenal Rouco Varela en 1975. Sustituyó a otra parroquia de 1927 creada a iniciativa del cardenal Martín Herrera y que tuvo que ser derribada por encontrarse en estado de ruina. Carballo tiene ayuntamiento propio desde 1836 y fue una de las ciudades que más se enriqueció con las minas de wolframio en el monte Neme, de 387 metros de altura, y donde cerca de la cumbre hubo un monumento megalítico (crómlech) que fue destruido en 1960 para dar paso libre a una carretera de acceso. Se cuenta que en ese paraje, donde la explotación de las minas produjo una catástrofe ambiental, existen muchas leyendas de meigas y aquelarres. También hubo un castro de gran valor que se perdió con las obras de minería. Dos auténticas barbaridades consentidas durante la dictadura de Franco para contentar a los alemanes durante la II Guerra Mundial. A día de hoy todavía existen lagunas con aguas de color azul turquesa en Bergantiños donde no es aconsejable bañarse por su toxicidad al estar contaminadas con wolframio, que producen vómitos y serias enfermedades de la piel. Lamento terminar este trabajo sin saber el nombre del santo que mató (con perdón) de forma accidental al pobre sacristán coristanqués, en la comarca de Bergantiños, en la Costa de la Muerte, donde los espectros de los náufragos de palangreros parece que asoman entre la bruma cuando menos se espera. El sobresalto solo lo disipa, si acaso, un sorbo de aguardiente de orujo “El afilador”. Nada es lo que parece. El rugido del mar siempre asusta. Los templos oscuros, también. Que te caiga encima la imagen de un santo o te aplaste una pila bautismal  es poco probable. Eso sí, cuando sucede te matan sin rencor por desconocer la ley de la gravedad. Los escondites de contrabandistas siempre terminan siendo refugio de gaviotas.

 

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