lunes, 18 de marzo de 2024

El nuncio tiene razón

 


El nuncio del Vaticano en España y el Principado de Andorra, el filipino Bernardito Auza y Cleopas, ha sido este año el encargado de dar el pregón de la Semana Santa en Ponferrada. En su discurso valoró los valores espirituales de esa celebración al tiempo que cargó contra los que consideran que las procesiones  se han convertido en “un gran espectáculo teatral, un reclamo turístico y comercial” en un país, el nuestro, con “más cultura mística que devoción católica”. En resumidas cuentas, que la Semana Santa española tiene más de índole económico que fervor religioso, algo que todos ya sabíamos sin que tuviese que llegar ese diplomático del Estado Vaticano a “descubrirlo”. Con la Navidad ocurre algo parecido. Por estos pagos tanto da que nazca el Niño en diciembre o que lo maten tres meses más tarde coincidiendo con la primera luna llena del equinoccio de primavera. El origen de las procesiones data del siglo XVII cuando, ante la amenaza de las reformas luteranas, los jerarcas de la Iglesia católica pidieron a la gente que manifestase su fe por las calles y que aireasen tallas de vírgenes dolorosas  y de cristos con mucha sangre. Se crearon las cofradías de penitentes y los costaleros que portaban faroles, cruces, velas, túnicas y con las cabezas cubiertas con unos capirotes que tenían su origen en la Inquisición, ya que los condenados debían llevarlos sobre sus cabezas como símbolo de penitencia. Más tarde se fueron añadiendo a esos espectáculos procesionales con bandas de tambores, timbales, trompetas y el cante de saetas, y las peanas que portan las imágenes, también llamadas pasos, recibieron distintos nombres: paso de palio, paso del misterio, paso del Nazareno, y paso de Cristo. El primero, cuando se portaba a una virgen; el segundo, con Cristo en su marcha hacia el Calvario; el tercero, cuando cargaba la cruz; y el cuarto, con Cristo ya crucificado. Y fueron apareciendo nuevas tradiciones, tales como colgar las palmas del Domingo de Ramos en los balcones; beber limonada; comer torrijas, monas y huevos de chocolate… El más curioso de todos los actos de Semana Santa se celebra en León y es profano. Se trata del “Entierro de Genarín”, en recuerdo de un pobre hombre que murió aplastado en León por un camión de la basura en la amanecida del día de Jueves Santo de 1929. Cada año, en dicha madrugada, un “cortejo fúnebre” recorre el Barrio Húmedo con botellas de orujo y queso en su "Entierro", de quien las malas lenguas aseguran que intentó venderle la catedral de León a un inglés. Pero hay más tradiciones: la “danza de la Muerte”, en Verges (Gerona) donde mueve un esqueleto a ritmo de timbal; los “romances” de Navaluenga (Ávila), la “rompida de la hora” en Calanda (Teruel); “el volantín” de Tudela (Navarra), un muñeco de madera que representa a Judas Iscariote y al que se le zarandea en el balcón de la Casa del Reloj en la mañana del Sábado Santo; los “empalaos” de Vera (Cáceres) consistente en un vía crucis de anónimos penitentes con saya blanca desde la cintura hasta los tobillos, mientras que su torso y brazos se rodean de cuerda y se les pone un mástil de madera en posición horizontal a modo de cruz sobre los hombros que les produce mucho dolor; etcétera. Todos esos actos, y otros que me dejo en el tintero, tienen como fin que acudan forasteros, que conozcan el lugar y que muevan dinero a mayor gloria de los hosteleros. Esos actos teatrales, por muy píos que parezcan, no son otra cosa que un reclamo turístico donde unos figurantes masoquistas, aunque llenos de buenos propósitos  por mor de la afición, tienen como misión que el espectáculo no decaiga.

 

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