Se comenta que en 1922 se hizo un homenaje a Miguel de Cervantes en el Ateneo de Madrid y César González-Ruano aprovechó la ocasión para teñirse el pelo de
rubio y ponerse un chaleco amarillo de mujer.De esa guisa subió a la tribuna de oradores y dijo: “Señores, estoy harto
de oír a una serie de memos hablar del idioma de Cervantes. Ese Cervantes
parece que era un manco, cosa que se confirma, porque el Quijote está escrito
con los pies…”. No pudo seguir hablando porque le comenzaron a insultar. Al día
siguiente, todos los periódicos lo citaron con nombre y apellidos, menos uno de
ellos, el diario ABC, que tituló en
un pequeño hueco de página par: “Al señor
González no le gusta Cervantes”. Me viene a la cabeza un artículo de Camilo J. Cela Conde en La Opinión de Málaga (22.08.17) titulado
“Libros sobrevalorados”. Su autor indicaba:
“Cortar las cabezas de los clásicos es una tarea recurrente que cada generación
lleva a cabo cuando busca abrirse camino. Y la mejor forma de hacerlo es épater le bourgeois, por más que los
burgueses dispuestos a asombrarse y escandalizarse sean, a estas alturas, una
especie tirando a más bien escasa. Pero lo más interesante de este eterno
retorno al campo de la provocación es que se tira con bala contra aquellos que,
siendo jóvenes, hacían lo mismo para marcar las diferencias”. (…) “Cuando los
autores de obras que han pasado a la historia de la literatura llevan a cabo,
ya sea en los inicios de su carrera o peinando canas, críticas demoledoras, lo
hacen con el bagaje y la autoridad que les da el haber sido capaces de componer
verdaderas maravillas. Pero si quien arremete es el autor de un par de libros
que han pasado sin excesiva pena ni gloria por el tamiz implacable de los
lectores, entonces estamos ante un espectáculo que se queda en patético”. Hoy,
en El Debate, Alfonso Ussía presume en su habitual, faltón y desabrido artículo
que él nunca compra ni lee el diario El
País, algo que todos los demócratas dábamos por supuesto. No pasa nada. Hay
tres frases en España que deberían quedar para la Historia: una es la de la vieja
Cartilla Militar donde decía aquello de “Valor,
se le supone”; y otra, la de los ferrocarriles: “Es peligroso asomarse al exterior”. Y una tercera, la que se ponía
en las paredes de algunas tabernas de los pueblos: “Prohibido
blasfemar y hablar de política”.
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