viernes, 1 de marzo de 2024

Esa fea y tétrica pirámide

 


Leído en ElDiario.es: “El Consejo de Gobierno de la Junta de Castilla y León ha aprobado este jueves, 29 de febrero, la declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) el monumento fascista conocido como 'La Pirámide de los Italianos', situado en el puerto del Escudo (Valle de Valdebezana, Burgos). Se trata de un santuario funerario construido entre 1938 y 1939 para inhumar los restos de los soldados italianos enviados por Mussolini durante la Guerra Civil para apoyar, en la batalla del Escudo, el golpe franquista contra la democracia. A partir de ahora, los propietarios del terreno tendrán la obligación de conservar, custodiar y proteger la pirámide para asegurar su integridad y evitar su pérdida, destrucción o deterioro y deberán garantizar las visitas cuatro días al mes y el acceso a investigadores y científicos, entre otros”.  A mi entender, declarar esa fea y tétrica pirámide BIC con categoría de Monumento ochenta y cinco años después de su construcción por parte de la Junta de Castilla y León se me antoja como una exaltación al mal gusto en diferido, o sea, con muchos años de retraso. La actual propiedad de esa pirámide (construida por prisioneros de guerra) es desde 1969  la Asociación Hermandad de la Rivera de Herbosa. Se da la circunstancia de que el 19 de mayo de 1971 un autobús militar  con una cincuentena de familiares llegados desde Roma se despeñó en una de las peligrosas curvas de el Escudo, en la N-623, y murieron doce de ellos. En 1975 se exhumaron  los 384 cadáveres del monumento fascista burgalés.  De ellos, 268 fueron repatriados; el resto, trasladados a la torre-osario de la iglesia de san Antonio de Padua, en el zaragozano barrio de Torrero. Los legionarios italianos combatieron 32 meses en España al lado de los rebeldes. Las estadísticas señalan que murieron en combates 3.414 sin contar los desaparecidos, de acuerdo con el recuento que hizo Galeazzo Ciano durante su visita esa pirámide el 13 de julio de 1939, acompañado por Ramón Serrano Suñer y un rabo de autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Contaba Juan G. Bedoya (El País, 23/09/2018) que “muchachas ataviadas con el traje regional montañés entretuvieron a la comitiva para escándalo del capellán Bergamini y la tropa de frailes encargados espirituales de las tropas italianas y responsables de buscar cadáveres en decenas de cementerios de la zona. No les resultó difícil: los caídos del fascio llevaban atada a la ropa botellas con las chapas de identificación”. Sobre esa pirámide funeraria de 20 metros de altura hay quien entiende que es una réplica a menor escala de otra pirámide, la de Cayo Cestio (12 años a. de C.) que se alza junto a la romana vía de Ostiense. Existe otro monumento cercano en el puerto de Carrales, en Cilleruelo de Bricia, en honor del general Antonio Sagardía Ramos (conocido como “carnicero de Pallars”) y a su 62 División del Cuerpo de Ejército de Navarra. Se trata de un águila en blanco y negro situado en medio de un páramo diseñado por los arquitectos Eduardo Olasagasti y José Antonio Olano en 1940.  El general Sagardía (Zaragoza, 5 de enero de 1880 – Madrid, 16 de enero de 1962) defendió entre agosto y septiembre de 1937 el Frente Norte, desde Revilla de Pomar hasta Bricia, participó en el asalto al Escudo y entró en Santander, donde se cuenta que fusiló a 19.000 ciudadanos en las tapias del cementerio de Ciriago. Ese monumento a Sagardía, el águila en hormigón y mármol, significa para muchos ciudadanos el recuerdo de un verdugo cruel, que en el norte de Lérida, en 1938, asesinó sin juicio previo a 72 ciudadanos, entre los que había ancianos, mujeres (muchas violadas previamente) y niños. Pero eso solo es la pequeña parte de una historia triste y llena de sangre. Ese Bien de Interés Cultural, el prisma de los italianos, que ahora la Junta de Castilla y León pretende restaurar y conservar, y que tanto entusiasma al vicepresidente García-Gallardo, estuvo durante décadas en el más absoluto olvido y lleno de grafitis, como sucede en la actualidad con el águila del puerto de Carrales. Las cosas hay que contarlas, pero contarlas bien.

 

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