Al avión hipersónico unido a una
lanzadera e ideado por el Pentágono, que iba a viajar a cinco veces la
velocidad del sonido y que hubiese podido hacer el recorrido Madrid- Nueva York
en algo menos de una hora, le ha sucedido como a una nave que inventó don
Pirulo allá por los años 30 del siglo pasado para que Roenueces pudiese hacer
un viaje a la Luna,
o como a Juanito Pedroche, que ideó unas alas para volar con unas lonas
atirantadas y unas correas de persiana. Al avión supersónico se le ha ido su
gozo a un pozo. Cuenta la prensa que su vuelo sólo duró veintitrés segundos en
el aire, o sea, como esos aviones papirofléxicos que acostumbro a lanzar por la
ventana del cuarto de estar a esas horas de la madrugada en las que no pasa un
alma por la calle. El X-51A WaveRider, que así se llama el avión que no vuela
cayó al Océano Pacífico al fallarle la aleta de control. Es la tercera vez que
se intenta. Dicen que a la tercera va la vencida, pero no. El avión hipersónico
supongo que estará en el fondo del mar, con las caracolas, los calamares y
algún pecio repleto de doblones de oro. Yo, que quieren que les diga. He visto
el avión en fotografía y, sin dármelas de experto, se me antoja más parecido a un supositorio de “tosidrín”,
o al ferrobús que cubría el trayecto
Zaragoza-Arcos de Jalón, que a una nave voladora. Tampoco dispone de alas ni de
alerones y así no hay forma de hacerlo flotar en el aire. Protasio, mi conocido
de bar que ya ha regresado de Salou, asegura que todo lo que carece de alas no
remonta el vuelo, y que lo menos que se le puede pedir a un aeroplano, o a ese
avión supersónico con nombre del espía colega del Superagente 82, es que se mantenga en el aire; y a una
estatua, que no se mueva. Por si acaso no lo hubiese entendido bien, Protasio
me suelta: “¿Estás en lo que es?”. Y yo, sin saber qué contestar, me encojo de
hombros ante gente tan aguda.
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