Definitivamente, creo que José Ignacio Wert tiene un serio problema. Como diría el periodista Alejandro
Gándara, “posee un complejo de
singularidad rayano en la psicopatía”. Salir en defensa de los colegios
que separan a los alumnos por sexo requeriría una explicación por parte del ministro
medianamente entendible por los ciudadanos. El titular de Educación, Cultura y
Deporte del Gobierno de España, inexplicablemente, pretende pasarse por el arco
del triunfo la no discriminación por razón de sexo contemplada en el artículo
14 de la Constitución
Española y, también, el artículo 84 de la Ley Orgánica de
Educación de 2006, en su afán por retrotraer a los españoles a la moral sexual
del nacionalcatolicismo y de los conventos. La Iglesia Católica,
cómplice del genocida Franco, fue durante casi cuarenta años la encargada de
“educar” a su estilo a una juventud minada por la tuberculosis y la falta de
alimentos. Aquella jerarquía eclesiástica, representada por unos obispos
fascistas, se permitía jugar desde sus palacios episcopales con las
estadísticas del Más Allá, afirmando sin empacho que casi el 90% de los
condenados a las penas del infierno lo eran por faltas graves contra el Sexto
Mandamiento. Esos colaboradores de sotana integrados, salvo honrosas
excepciones, en la trama civil del golpe de Estado de 1936, y que más tarde rendirían pleitesía
y entrarían bajo palio a Franco en los
templos, fueron los encargados
de anular los avances sociales de la República y de invadir los espacios más íntimos
de las familias. Mariano Rajoy, a mi entender, se equivocó nombrando ministro a
Wert. Tal vez le traicionó su subconsciente, ya que el apellido alemán Wert se
traduce al castellano como “suerte”, que era lo que éste necesitaba. Pero
hubiese dado lo mismo haber nombrado ministro a Aquilino Polaino, numerario del
“establishment opusino”, psiquiatra y mosca cojonera, para que aplicase a
profesores, padres y educandos sus conocidas “técnicas de sugestión” en lo que respecta a
la homosexualidad, ese “pecado nefando”. Wert entiende que la alta cultura está
destinada para los señoritos que pueden pagarla y que tienen criterio estético.
La “reserva indígena” debe seguir asistiendo a los colegios públicos, donde anida
la mezcla de razas, los peligros de diversa etiología y en donde no importa que
cohabite un “tótum revolútum” en el interior de sus aulas. San Agustín negaba
que pudiesen existir habitantes en las
antípodas porque se caerían en el espacio. Wert, mucho más simple en sus
planteamientos, prefiere conceder ayudas a la Tauromaquia que becar
a los estudiantes. Es un curandero que actúa de buena fe, consciente de que el
eclipse es lo sagrado.
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