El periodista Luis Miguel de Dios
viene observando, y así lo cuenta en Diario de Zamora, que en los pueblos no
hay turistas. “En teoría, con los datos oficiales en la mano -dice De Dios-,
son personas que ni comen ni beben ni duermen ni se mueven ni respiran, o sea,
ectoplasmas llegados de Madrid, Bilbao, Barcelona, Valladolid y el extranjero
que ni gozan ni sufren; únicamente deambulan en grupo por los caminos (antes en
chándal, ahora han mejorado el hato) cuando llegan los crepúsculos y juegan la
partida, si se hace mesa, después de comer”. Bueno, no gastan pero hacen gasto.
Es decir, que comen mucho y muy deprisa. A los pobres parientes les dejan sin
reservas de la última matanza para poder afrontar el duro invierno. Luis Miguel
de Dios, que este año leyó el Manifiesto de Villalar, hace referencia a los
turistas “turbo-diésel”, esos tipos que cambian de domicilio durante unos días
en la gran ciudad por el pueblo de origen, o
alquilan un inmundo apartamento en un lugar costero donde pasan muchas
horas en playas descuidadas, que para
eso son gratis, y en las atardecidas andan mucho y gastan poco. Sin embargo,
gracias a esos turistas “inexistentes” -sigue afirmando De Dios- se mantienen negocios que de otra forma
habrían cerrado.
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