Se canta en el cuadro tercero
de la zarzuela “La verbena de la Paloma”, o “El boticario y
las chulapas y los celos mal reprimidos”, que así se subtitula la obrita en un
acto y tres cuadros a la que Tomás
Bretón puso música en diecinueve
días: “Por ser la Virgen de la Paloma,
/ un mantón de la China-na,
/ China-na, te voy a regalar”. Se cuenta que en Ramales de la Victoria, muy cerca de
Lanestosa, el pueblo natal de mi abuelo, se celebra cada año la fiesta de “La Verbena del Mantón” recordando un día de mayo de 1839 en el que los carlistas de Maroto dejaron
olvidado un baúl lleno de mantones de Manila en su retirada durante la batalla
de Guadalmino y que las tropas de Espartero aprovecharon para repartir a todas
las mozas del pueblo para celebrar la victoria. Ayer, como todos los años,
desde 1923, los bomberos de Madrid descolgaban con la ceremonia acostumbrada el
cuadro de la Virgen
de la Paloma. Y
allí estaba la alcaldesa Botella, a la que los bomberos no le regalaron precisamente
un mantón de la China-na,
sino una sarta de pitos y abucheos. En unas declaraciones posteriores, Botella
señaló que “si la gente supiera lo que ganan los bomberos, a los que todos
apoyamos y entendemos, quizá no entenderían estas protestas”. La que, por lo
visto, no entendía nada era Botella. Los bomberos no se quejaban por sus
sueldos, sino por las pésimas condiciones de trabajo. Como manda la tradición,
tras la misa, Botella y su séquito entraron en un bar para saborear unas
cervezas y unos caracoles picantes. En la calle arreciaban los abucheos. Eran
como unos Romeros de la Puebla
cabreados y gritones: “Sus caracoles,/ pregonaba la niña,/ sus caracoles,/ y la
gente decía:/ olé con ole”.
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