Bueno, pues nada, que Franco ya
no es alcalde honorífico de Valencia. Esta noche dormiré más tranquilo. Me
preocupaba bastante que Franco pudiese salir de esa tumba, por la que su
familia no ha satisfecho nunca derechos reales, y volver a mandar otros
cuarenta años. Lo malo de los muertos es que, a veces, se siguen manifestando
en los vivos de forma permanente. El generalito, que era capaz de llorar por la
cosa más nimia, no tenía temblor de brazo para firmar las ejecuciones de penas
sumarísimas. Bueno, me consta que Franco tuvo tres brazos: el de acariciar
nietos, el de firmar sentencias de muerte y el de santa Teresa, que siempre
estuvo junto a él, no sabemos si colgado de una percha, como si se tratase de
de una de esas cecinas enganchadas en las tabernillas del Barrio Húmedo leonés.
Fue un hombre muy católico, que lo mismo entraba en las catedrales bajo palio,
que aparecía cada 20 de noviembre por el Valle de los Caídos con camisa azul y
boina roja para oír misa entera por el alma del Ausente. En fin, ya le han
apeado de los pedestales ecuestres, le han desposeído de los títulos
honoríficos y le han sustituido su nombre de las calles. En Valencia se había
hecho resistente, como esos bacilos que le hacen la higa a la penicilina. Ha
sido necesaria una sentencia judicial para obligar a acatar la exigencia del
grupo municipal Compromís. “La magistrada recuerda -según se cuenta en el diario ‘Levante’- que
mantener la distinción a Franco contraviene la Ley de la Memoria Histórica
por tratarse de una mención que exalta la sublevación militar y la guerra de
España”. Podía haber mantenido un criterio semejante el ministro de Justicia,
Ruiz-Gallardón, a la hora de expedir Real Carta de Sucesión del título de marquesado
de Queipo de Llano (reconocimiento otorgado por Franco en 1950) al nieto del
sanguinario general golpista, consuegro de Niceto Alcalá Zamora y máximo
responsable del fusilamiento de Federico García Lorca con su “dadle café, mucho
café”. Ese despreciable general fue uno de los treinta y cinco altos cargos del
franquismo imputado por la Audiencia Nacional en el sumario instruido por
Baltasar Garzón, por los delitos de detención ilegal y crímenes contra la
humanidad cometidos durante la Guerra
civil española y en los primeros años del régimen. Pero, como insulto a la
inteligencia, está enterrado en la sevillana iglesia de la Macarena; y, aunque
parezca demencial, hasta el año pasado la Esperanza Macarena
procesionaba por las calles con su fajín del general. Por eso decía que, a veces,
los muertos se siguen manifestándo de forma permanente. El tiempo no pasa
para aquellos que cada día riegan el tiesto de la nostalgia.
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