El calor es insoportable y decido
entrar al “bar Jiloca” para tomar unas cervezas. En una mesa del fondo, casi
sin luz, está sentado Protasio, mi conocido de bar. “Qué hay”, le digo. Me contesta un “hola” con cierto desdén. Está
tan enfrascado en la lectura de unos versos que ni se acuerda de salir a la
calle para encender un cigarro, como suele hacer cada cuarto de hora.”¿Qué lees?”,
le pregunto. “Nada, cosillas…”. Me siento en su mesa y le observo. Tiene las
gafas muy caídas sobre la nariz. De
pronto, como si le hubieran dado cuerda, comienza a recitar: “No he de callar,
por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente…”. El tabernero
nos mira mientras limpia unos vasos y
deja patinar un largo bostezo
sobre la barra de mármol. El bar está flojo de clientela. La prensa local
anuncia que “Rajoy regresará mañana al trabajo tras una corta estancia en el
Parque Nacional de Doñana”. Tornará a Madrid “muy reconfortado”, ha manifestado,
después de haberse acercado hasta Almonte la víspera del Rocío Chico. Junto al
presidente, Juan Ignacio Zoido, que está en todas las salsas, y la ministra “naïf” Fátima Báñez, todos ellos dispuestos a
ganar la indulgencia plenaria concedida por el Papa en este Año Jubilar Mariano
por rezar ente la Blanca Paloma.
Bueno, eso mismo hizo en Madrid el pasado miércoles Ana Botella y casi termina
como el gallo de Morón. “Si supiera la gente lo que ganan los bomberos de
Madrid…”, decía Botella a sus
acompañantes entre caracol y caracol y entre caña y caña. ¡Ay, la
política! En un artículo, “Lo erótico
del poder”, escribía Fernando Fernán-Gómez lo siguiente: “Puedo creer que una
señorita se sienta excitada carnalmente si un gran político le da la mano. Y un
caballero si una ministra le da una cita (…). Me resulta difícil aceptar que el
ser incluido en una lista electoral produzca el mismo placer que escuchar la
llamada de una mujer desnuda; que un elevado número de votos sea igual que
acariciar unos buenos muslos; que el ser elegido alcalde de Valladolid provoque
una erección y que al aprobarle a uno un decreto se llegue al orgasmo”. Pues
bien, Rajoy regresa a Madrid
reconfortado. Y eso es lo que importa.
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