Uno tiene sus manías, que siempre
merecen respeto. Cuando visito Madrid y dispongo de tiempo libre tengo la
querencia, como esos toros de lidia que se refugian en tablas, de visitar el
Museo Romántico de la calle San Mateo. Lo normal sería que visitase “El
Prado” o el “Reina Sofía”, pero nada de eso, una extraña fuerza me atrae hasta
la calle de Fuencarral. Recuerdo que, en una ocasión, visitando el Museo, noté
en falta un cuadrito muy pequeño, casi del tamaño de un recordatorio. Se trataba
de la famosa “Ofelia” dibujada a lapicero por Gustavo Adolfo Bécquer. Mi
curiosidad hizo que se lo comentase a la
portera mayor; y ésta, con una amabilidad que agradezco, me puso en contacto
con Mercedes Rodríguez, la directora. Mercedes, me acompañó hasta el piso
superior donde se encontraban las piezas que esperaban ser restauradas. Y de un
armario sacó un papelillo, que no era ni siquiera de cartulina, y lo puso ante
mi vista. Creo que hasta me temblaron las piernas por la emoción que sentí. Era
“Ofelia”. En el lado derecho de su falda, justo por donde Bécquer había trazado
el lapicero, el papel se había cortado. Mercedes me permitió que sujetase
aquella pieza unos segundos en mis manos, la tomé por los bordes con las yemas
de los dedos con sumo cuidado y ello supuso para mí una complacencia inefable.
Lo que acabo de contar viene a cuento con algo tristemente sucedido en el
Santuario de la
Misericordia, en Borja. En su interior había un fresco en muy
mal estado de conservación. Se trataba de un “Hecce Homo” pintado por Elías
García Martínez a principios de la década de los 30 del siglo XX. Al parecer, una
señora de avanzada edad entendió que había que restaurarlo. Y sin encomendarse
ni a Dios ni al diablo, aprovechando que las puertas del Santuario siempre
estaban abiertas para el visitante, el pasado mes de julio tomó unos pinceles y
unos botes de pintura e intentó “reparar” el fresco según su saber y entender.
El resultado final no pudo ser más catastrófico. Ya están apareciendo en Twitter
algunos “tuits” de lo más bochornoso. No entraré al trapo en ese juego de
despropósitos. Rotundamente no, me niego.
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