Tengo un conocido de bar que, al
referirse a lo que acontece en España y su crisis económica, suele echarse al
cuerpo un largo trago de cerveza de barril antes de ofrecerme su particular
sentencia: “Esto es Sodoma y Gomera”. Mi conocido de bar, que se llama
Protasio, que es socio del Real Zaragoza y que sale del “bar Jiloca” vaso en
mano cada cuarto de hora para encender
un “ducados”, no conoce el Génesis ni que el rey de Sodoma se llamaba Bera y el
de Gomorra, Birsa. Mi conocido de bar recuerda que de niño le explicaron en la
escuela que ambas ciudades fueron calcinadas con fuego y azufre por la vida
disipada de sus habitantes. Estos días, Protasio, mi conocido de bar, ha podido
ver en la televisión cómo ardía la isla de La Gomera por los cuatro costados. Protasio es
consciente de que la historia se repite y de que lo sucedido en la isla canaria
sólo es un aviso para navegantes. “No le des vueltas -me dijo ayer-, esto es
Sodoma y Gomera. Ya verás, pronto se construirá un nuevo arca de Noé ante el
diluvio que se avecina”. Protasio me ha dejado bastante preocupado. Sé que de
llover no está, pero nunca se sabe. Me
he quedado sin conocer quién podría ser, llegado el caso, el ocupante del arca.
Hoy pensaba preguntárselo a Protasio, pero éste no ha aparecido por el bar.
Supongo que, al ser festivo, su familia se lo habrá llevado a la playa de Salou
y lo tendrán emplazado en la arena, protegido por una sombrilla de
vivos colores. Pido al camarero un vermú, miro al televisor y compruebo que La Gomera continúa ardiendo.
Ya no sé qué pensar.
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