El Gobierno quiere volver a
gravar el precio del tabaco como medida recaudatoria. Posiblemente cometa un
error garrafal, si se tiene en cuenta que sólo durante el primer trimestre del
año el consumo de tabaco de contrabando ha aumentado en España el 11’7% como
consecuencia de su encarecimiento progresivo y de la falta de poder adquisitivo
de los ciudadanos. Las estadísticas son tercas y reflejan que ha disminuido el
número de fumadores y el resultado lo relaciona con la concienciación de los
efectos nocivos del tabaco para la salud. Algo de ello hay de cierto, pero no
todo. Existen otros factores que determinan tales estadísticas. Andorra, por
ejemplo, ha duplicado entre 2006 y 2012 las importaciones de tabaco; y en Cádiz
se han cerrado cuarenta estancos por su proximidad con la bahía de Algeciras. Y
no digamos con lo que acontece en Galicia, que es de libro. Eso algo querrá
decir. Es curioso, el Estado comenzó a alarmar al ciudadano con los peligros
del tabaco cuando Tabacalera dejó de ser monopolio. Mientras lo era, hasta en
las cartillas de racionamiento se determinaba el cupo de “picadura” de tabaco
que podía adquirir con esa libreta el padre de familia. Tanto es así que los
más selectos cigarrillos de aquellos oscuros tiempos tenían el nombre de
“Ideales” y que los españoles devorados
por la hambruna bautizaron como “caldo de gallina”. Eso fue así hasta que
apareció otro “caldo”, ahora en forma de cubitos y que mataba el hambre con
sólo añadir al agua caliente la milagrosa pastilla que fabricaba “Gallina
Blanca” y unos fideos. Ya sólo falta que alguien demuestre que la pastilla de
“avecrem” rallada y mezclada con el tabaco de hebra cumple dos fines, calmar el
mono de fumar y comer a un mismo tiempo. Se acabará eso de recoger colillas del
suelo y acudir a comer por cuenta de la beneficencia.
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