Luis Racionero, a propósito del supuesto cáncer
contraído por Michael Douglas por
practicar el sexo oral, cuenta algo que me ha hecho mucha gracia, o sea,
aquello que le dijo el cura al pecador: “Aquí venimos a confesarnos, no a
presumir”. Algo parecido le sucede a Rajoy que, por un lado, proclama su “mea
culpa” en su política neoliberal desde la coletilla “yo no quiero hacerlo, pero
me lo manda Europa”; y, por el otro, anda presumiendo en los foros de los
logros conseguidos por él en Bruselas, después de haber sacado que España
reciba algo menos de 2.000 millones del Banco Europeo de Inversiones para fomentar políticas activas de empleo en lo que
respecta al paro juvenil. Lo que se calla son las condiciones impuestas; es
decir, que el Gobierno, a cambio, se compromete a modernizar los servicios públicos de empleo,
reducir el abandono escolar prematuro y potenciar la educación permanente. Lo
de la “generación perdida” es un hecho incontrovertible, pero el pusilánime Rajoy,
hoy lunes, mira por la ventanilla del AVE entre la
Estación de Atocha y Alicante, con una parada
intermedia en Albacete para que pueda subirse María Dolores de Cospedal, y otra
en Villena, para que el príncipe pueda descubrir una placa y, de paso, por
aquello e ir por atún y ver al duque, pueda subirse al tren Alberto Fabra y
otras autoridades de medio pelo. Y todo eso para inaugurar el tramo
Alicante-Albacete. No sé qué pensarán los de Teruel, la única capital de
provincias que, vergonzosamente, no tiene línea directa con Madrid. Posiblemente
pasarán de esa excursión por los campos de La Mancha. Están
acostumbrados a la resignación y al olvido. Saben que nadie les puede impedir, al
menos de momento, mirar las nubes que pasan. Algunas de ellas hasta con formas
de siluetas conocidas por mor de lo que algunos expertos, como Jeff Hawkins,
definieron como pareidolia. Ya lo decía un baturro: “De lo que tenemos, no nos
falta de nada”. Sí, ya, ya, pero con eso nos quedamos.
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