Leo en el diario ABC la “ácida”
broma que Poe y Conan Doyle gastaban a
sus amigos. “Los escritores disfrutaba enviando un anónimo que rezaba ‘Nos
descubrieron. ¡Huye!’ y esperando ver cuántos de sus amigos hacía caso a la
advertencia”. No está mal como guasa, si tenemos en cuenta que todo el mundo
tiene algo que ocultar. Imaginen que un bromista mandase a determinados
políticos actuales un anónimo parecido. Estoy seguro de que se produciría de
inmediato una “espantada” en los escaños del Congreso para meterse debajo de
las piedras, dicho sea en sentido figurado, porque en el Congreso sólo puede
uno intentar zafarse tras los leones de Ponzano y poner cara de “netol”, en un
vano intento de poder ser confundido por los peatones de la Carrera de San Jerónimo
con un anuncio de limpiametales. A Urdangarín, por ejemplo, que no es un
político sino un presunto “robaperas”, que alguien le mandase una nota diciendo
“Nos descubrieron. ¡Huye!”, significaría que posiblemente echaría a correr como
una gacela, como ya hizo en Estados Unidos cuando asomaron por una calle de
Washington una periodista y un fotógrafo. Pero tal huida hacia ninguna parte,
en el supuesto caso de la nota manuscrita, le descentraría un poco; o sea, no
sabría muy bien si la nota haría referencia a los desmanes en Nóos, al “copia y pega” de sus informes
supuestamente originales y por los que luego cobraba cifras millonarias a
organismos públicos y empresas privadas, o a la tesina elaborada por el alumno Gregorio Méndez, dirigida por el profesor Francisco Parra
y leída en noviembre de 2000. Y no digamos nada de Ana Mato, que dice que “hay
que juzgar a cada uno por sus hechos” y se ha quedado tan pancha; o de Jaume
Matas, por el caso Palma Arena; o de Juan Cotino, ese personaje de novela que
“escapó” de Jordi Évole para no dar explicaciones sobre la gestión del metro de
Valencia y un siniestro insuficientemente aclarado…, y así todo. O sea, cuando
se envía un anónimo entendido como una broma, como acostumbraban Edgar Allan Poe y su amigo Doyle, hay que tener mucho cuidado a quién se
le despacha. Hay demasiados ciudadanos con rabo de paja y, ya saben, bromas,
las justas.
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