Los siete puntos de Jordi
Sevilla enunciados en El Mundo
deberían hacer reflexionar a Mariano
Rajoy y a todo el Gobierno que él preside. “La sensación –señala Sevilla-
de que el Gobierno carece de un proyecto nacional de futuro, que no sabe a
dónde quiere ir y que se limita a apagar fuegos en clave partidista, buscando
permanecer en el poder a toda costa, genera hoy mucha más inquietud en los
mercados financieros internacionales, que cualquier otra cosa relacionada con
España. Reunirse con inversores es fácil, sobre todo para un ministro [Guindos]
o un cargo político destacado. El problema es para qué la reunión, qué se
les dice, cuál es el mensaje que se les transmite. Y ahí es donde el
Gobierno se muestra vacío de ideas, más allá del miedo que ya no funciona. Ni
entre los votantes, ni entre los inversores, ambos con posibilidad de
contrastar el mensaje gubernamental con otras visiones y otras propuestas, más
interesadas en construir un país con futuro.” Pues bien, Sevilla viene a decir
en cada uno de esos siete puntos lo siguiente: primero, que existe una
autosatisfacción injustificada por parte del Gobierno y que “España no puede
competir a base de salarios bajos y mercado laboral precario”; segundo, que
“existe un volumen de deuda interna muy elevado en el sector privado y
creciente en el sector público”; tercero, que “el paro juvenil es récord en
Europa”; cuarto, que “existe una fractura social tremenda, con un elevado porcentaje de ciudadanos en la pobreza”;
quinto, que hay “una economía dual, con bastantes empresas globalizadas que
compiten en los mercados mundiales, junto a un importante segmento de actividad
económica que basa su rentabilidad en rentas derivadas de su proximidad a
decisiones administrativas discrecionales que generan riesgos legislativos”;
sexto, que España cuenta con “un sistema fiscal poco dinámico, que castiga con
una carga tributaria a las rentas generadas por el trabajo, el esfuerzo y el
emprendimiento, superior a la que aplica a las rentas derivadas de la riqueza
adquirida”; y, séptimo, que permanece una “sensación generalizada de que hace
falta un gran impulso de consenso reformista en España que ataje la corrupción,
mejore el funcionamiento de la justicia, de las administraciones públicas y de
los procesos de toma de decisiones públicas, incluyendo una reforma de la Constitución, que se
compadece mal con el tancredismo que cualquiera puede observar en el presidente
Rajoy, cuya decisión más importante es no tomar decisiones, o cambiar cuando se
ha adoptado alguna.” Un cóctel –según Sevilla- con siete ingredientes letales
capaces de dejar turulato al más pesimista. Si a esa pócima le añadimos unas
gotas de angostura, es decir, el
resultado del PP en los comicios de anteayer en Cataluña (123.000 votos menos que
en 2012, que equivale a pasar de 19
a 11 diputados)), y que José María Aznar – y así lo señalaba ayer El País - “ya ve al PP ante
el peor escenario posible”, nos encontramos
ante un panorama de cara a las generales lleno de perplejidad por el avance
imparable de grupos emergentes de toda condición. Por otro lado, en un
editorial de ayer en ese diario, su presidente Juan Luis Cebrián, en su trabajo
“Españoles, a las urnas cuanto
antes”, anotaba: “La noticia de ayer
es de una importancia insoslayable: consiste en la ruptura del consenso
constitucional en una comunidad autónoma que representa el 20% del producto
interior bruto de España y el 15% de su población”; y, en consecuencia, ve irresponsable que el
presidente del Gobierno quiera apurar la legislatura hasta Navidades. El
deseado “triunfo de la
Ilustración, que ayer no pudo ser”, según Cebrián, necesita -según lo entiendo yo-
del fin del bipartidismo como primera medida para que pueda ser factible. Ya
dijo Voltaire, el ilustrado más
radical, que “no hay reloj sin relojero”. Ni Cánovas ni Sagasta ni Rajoy ni Sánchez saben muy bien por dónde caminan. Lo dejó claro Julio
Cerón hace casi tres décadas en un pequeño recuadro del diario ABC: “El que vale poco y se cree que
vale más de lo que vale, no vale”. España perdió el tren de la Ilustración y se apagó
la luz de la razón el día que los españoles echaron a Napoleón de nuestras tierras y al grito de “¡vivan las cadenas!”
nos convertimos en vergonzosos vasallos del Borbón de barbilla zoqueta, Fernando
VII. Sarna con gusto, no pica. Lo que parece raro es que desee el triunfo
de la Ilustración precisamente José
Luis Cebrián (hijo de Vicente Cebrián,
director del diario Arriba, órgano de
Falange Española), periodista que comenzó su andadura en el diario Pueblo, a las órdenes de Emilio Romero, que en 1974 fue nombrado
jefe de los servicios informativos de RTVE
con el último gobierno de la dictadura franquista, y que ese mismo año fue nombrado
director del diario ABC, siendo Arias Navarro jefe del Gobierno que dio
su aprobación. Lagarto, lagarto… Seguro que al referirse al “triunfo de la Ilustración” se
referiría Cebrián, supongo, a la “ilustración” de determinadas páginas de
huecograbado de no sabemos qué diario (aunque presumo que al diario de la grapa) y de no sabemos cuándo. Si no, no se
comprende.
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