¡Lo que nos faltaba! Ahora resulta que el cardenal Antonio Cañizares convoca a rezar por
España y su unidad, ante el “peligro” que supone que los catalanes acudan a las
urnas el próximo día 27. El actual arzobispo de Valencia entiende que “no hay
justificación moral para la secesión”. Parece que de pronto nos hubiésemos
retrotraído a los años 30 del pasado siglo y al posterior nacionalcatolicismo. ¿Qué tiene que ver Dios con los asuntos
políticos de un Estado de la UE,
o con la libertad de opinión de sus ciudadanos expresada en las urnas? ¿Acaso
el Gobierno actual, de derechas, necesita tener que volver a echar mano del
mito de la Cruzada?
Como bien señala Jorge Guerrero García en
un excelente trabajo, “La jerarquía eclesiástica vinculó el régimen franquista
con la España
entendida como nación elegida por Dios para defender el Cristianismo: existe
una clara identificación entre nacionalidad española y catolicismo. La lucha
entre el bien y el mal es la lucha de la España católica contra la anti-España (las
dos Españas enfrentadas por la religión). Desde el punto de vista
sociológico, las devociones religiosas desempeñaron una clara función de
simbolizar, reproducir y reforzar los niveles de identificación social durante
la construcción del régimen franquista. Estas creencias religiosas reflejaban
el espíritu combativo del catolicismo contra el régimen republicano, el cual
llegará a su máximo exponente durante la propia Guerra civil y las primeras
etapas del franquismo”. Pero remontémonos a esos principios de los años 30: en
1931, recién proclamada en España la República, en el entorno del grupo de La Conquista del Estado,
que en el otoño de ese mismo año se transformó en las JONS (Juntas de Ofensiva
Nacional-Sindicalista), y principalmente frente al avance del secesionismo en
Cataluña, comienza a gestarse la aplicación a España del rótulo
centenario una, grande y libre.
El 13 de junio de 1931 publica Ramiro Ledesma Ramos su
artículo "España, una e
indivisible" (donde quedó establecido como grito: “¡Viva la España, una e indivisible!”).
Pero aunque es frecuente que historiadores más o menos perezosos atribuyan a Ramiro Ledesma la consigna “España, una, grande y libre”, más bien
parece que de hecho fue acuñada por su colaborador Juan Aparicio
López, el mismo que propuso también como emblema de las JONS el
yugo y las flechas, y como su bandera la roja y negra. También es cierto que en
septiembre de 1932 Manuel Azaña,
entonces jefe de Gobierno, en un discurso
pronunciado en Santander señalaba que “nosotros, los hombres que hemos
traído la República,
necesitamos la patria republicana para nosotros, porque nosotros queremos una
patria grande y libre”; y que en diciembre de 1934, en las Cortes, José Antonio Trabal, diputado de
Esquerra Republicana, aseguró no tener ninguna duda “de que el pueblo catalán
luchará por la España
grande y libre”. Lo cierto es que el próximo día 27 de septiembre los
ciudadanos de Cataluña están convocados a las urnas, no a las barricadas. Y a
partir de ese día, Cataluña seguirá dentro de España. Por lo tanto sobran
histerismos por parte de los políticos y de determinados medios de comunicación
del pesebre. De la misma manera, también sobra que Cañizares convoque a la
oración por “España y su unidad”.
Aquí no se trata de procesionar crucifijos e imágenes de santos milagreros, no
ya para implorar lluvia en época de pertinaz sequía, sino para evitar mediante
el “milagro” la imposible secesión catalana. El ciudadano debe ser libre de sus
propios destinos, existan o no hisopos e incensarios de por medio. A ver si el
cardenal Cañizares, a fuer de rezos, vísperas y completas, nos hace una nueva
versión de “Los jueves, milagro”,
aquella película de 1957 dirigida por
Luis García Berlanga, donde don
Ramón, el dueño del balneario de Fontecilla, harto de su escasa y poco
aristocrática clientela, en connivencia con el alcalde, el maestro, el barbero,
el dueño del hotel y don José, un
acaudalado propietario, urde un plan: organizar una aparición mariana, como la
de Lourdes, que atraiga al turismo y a los devotos. En España, que yo sepa, el
“milagro” se producirá el día que desaparezca el Concordato firmado en 1979, que
no exista una alarmante corrupción política, ni un 24% de parados, ni 10
millones de ciudadanos con baja comprensión lectora.
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